Homenotes y danzas

El genio que nos regaló Cluedo, Monopoly y Telesketch

Manuel Borràs Plana, de la tercera generación de Magia Borrás, marcó con su instinto comercial la infancia de distintas generaciones

A menudo se dice que la tercera generación de una familia de empresarios es la encargada de derrumbar todo lo que las dos anteriores han levantado con años de esfuerzo y talento. Pero, como en todo en la vida, siempre hay excepciones, y la de hoy es una de las gordas y paradigmáticas: Manuel Borràs heredó una empresa que su abuelo había creado y que su padre había hecho crecer, y él no sólo no la destruyó, sino que aún la hizo mayor, tan grande que incluso entró a formar parte de la cultura popular de ese país en una época determinada. ¿Y es que quien no ha oído hablar de Magia Borrás?

Todo ello había empezado a finales del siglo XIX, en 1894, y siempre en la comarca del Maresme (primero en Calella, después en Mataró), cuando Agapito Borràs Pedemonte salió al mercado con el mítico fraile capuchino que predecía el tiempo meteorológico por poco después comercializar un sistema de imágenes en movimiento precursor del cine y lanzarse a la producción de juegos de mesa. La segunda generación, Enric Borràs Trulls, se incorporó al negocio en la década de los veinte, y de su mano vendrían dos hechos primordiales: el contrato con Walt Disney para explotar a sus personajes y la creación del juego de magia que tan bien sabría explotar a Manuel Borràs Plana, el tercero de la estirpe.

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Porque de tener un juego de magia en la cartera de productos a conseguir que Magia Borrás entrara de lleno en la cultura popular hay una distancia considerable que sólo fue posible de recorrer gracias a la gran visión comercial del tercero Borràs, que apostó muy fuerte por las campañas en televisión tan pronto como en los años sesenta y setenta, cuando todavía estábamos, con la perspectiva que nos da el tiempo, en lo que podríamos llamar las aveces del medio audiovisual. De esa época data también el acuerdo con el fabricante Parker para la distribución del mítico Monopoly, que acabaría siendo un juego referencial también en ese lado del Atlántico. Otros productos que introdujo Borrás en la península fueron la pizarra mágica de Telesketch y el juego de misterio Cluedo.

De muy joven, Manuel Borràs tuvo que tomar las riendas del negocio, y con los años logró hacer crecer considerablemente la empresa que le habían legado, hasta el punto de convertirse en uno de los referentes estatales de la industria de los juegos. En esta tarea tuvo un papel muy relevante su esposa, Carme Palouzie, que pertenecía también a una familia históricamente vinculada a la industria de los juegos de mesa.

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Más allá del día a día del negocio, Borràs tuvo el acierto y la sensibilidad de crear un museo para conservar todo tipo de documentación y objetos que la empresa generaba, por lo que hoy existe la posibilidad de reconstruir del todo el pasado esta marca nacida hace más de 120 años. No sólo conservó material que tenían en el almacén, sino que también se preocupó de investigar por ferias y mercados para completar la colección de juegos. En 1994, en el año del centenario de la compañía, publicó un libro titulado El centenario de una fábrica de ilusiones, donde se recogía toda la historia de la empresa. Ya en ese momento era la compañía de juguetes más antigua del Estado. Años más tarde, en 2001, la firma Borrás Plana SA acabaría siendo adquirida por su rival Educa a cambio de 1.000 millones de pesetas (6 millones de euros) para formar a Educa Borrás, que producía tanto juegos de mesa como de educativos.

En la primavera del 2012 murió Manuel Borràs, a los 73 años de edad, después de haber hecho un trabajo ingente –y muy productivo– al frente de una empresa histórica. Aparte del trabajo por el que fue reconocido, Borràs fue un destacado rotario y había estado muy vinculado durante su vida a diferentes tareas de carácter filantrópico.

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