El ingeniero que soñó con llevar el tren al Vall d'Aran
Lluís Rouvière se dedicó a proyectos eléctricos y de transporte
Las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX fueron una época en la que la electrificación se puso de moda. La toma de conciencia de que los saltos de agua pirenaicos podían ser una fuente de energía cambió para siempre tanto el paisaje como el ecosistema empresarial del país. Algunos hombres clave de ese proceso fueron Carles Montañès Criquillion, Frederick S. Pearson o Emili Riu Periquet, entre otros. Pero menos conocido hoy en día y con la misma capacidad de emprendeduría que los demás, estaba el ingeniero Lluís Rouvière Bula, quien no sólo se dedicó a la electricidad, sino que también diseñó proyectos ferroviarios de gran relevancia.
- (1837-1904)
Una vez licenciado, en 1866, destacó en el ámbito intelectual y de reflexión, publicando trabajos en defensa de la clase obrera (Apuntes sobre el presente y el porvenir de la clase obrera de Cataluña) y también a favor del sufragio universal (Cuatro palabras sobre el derecho electoral) y, por tanto, tomando posiciones de carácter progresista. Son sólo dos ejemplos de una ingente producción literaria. Desde muy joven, fue el encargado de organizar los grandes talleres ferroviarios que se construyeron en Sant Andreu de Palomar, cuando esta localidad era todavía un municipio independiente de Barcelona.
En 1880 consiguió una concesión para la construcción de una línea ferroviaria que unía Galicia y Portugal, pero ante la gran cantidad de dinero que había que levantar para ponerla en funcionamiento, optó por ceder los derechos a una compañía que operaba en esa zona del Estado, la MZOV (Medina-Zamora-Orense). Por cierto, esta empresa, décadas más tarde, se transformó en una empresa constructora bajo la denominación de Cubiertas y MZOV, que con el paso de los años acabaría convirtiéndose en la actual Acciona. Tras la venta de los derechos a MZOV, Rouvière ocupó cargos directivos en esta compañía, en concreto el de ingeniero director de explotación entre 1880 y 1882. Su experiencia en el sector ferroviario le sirvió para ser nombrado director de otra compañía, la Zaragoza hasta P8 empresa se fusionó con los Ferrocarriles del Norte y abandonó el cargo. Fuera del ámbito ferroviario, también fue gerente de la Compañía Transatlántica Española, una de las principales navieras españolas, vinculada a los marqueses de Comillas.
En 1901 presentó un proyecto ferroviario al que había destinado grandes esfuerzos. De hecho, la iniciativa se conoció como Proyecto Rouvière y consistía en unir el Vall d'Aran con las comarcas de Lleida, además de tener un enlace con Francia. El elevado coste del proyecto y el desinterés de las autoridades al disponer de una conexión con el país vecino hizo que la idea quedara en un cajón y que Rouvière nunca viera su sueño hecho realidad. La parte más importante del trazado, el túnel de Viella, no estuvo terminada hasta finales de los cuarenta, muchos años después de la muerte del ingeniero catalán.
Como decíamos desde el principio, también se interesó por el aprovechamiento de los saltos de agua pirenaicos como fuente de energía eléctrica y, de este modo, diseñó proyectos para los ríos Garona y Joeu, este último en el Vall d'Aran. Este último acabó pasando a manos precisamente de Emili Riu, rival acérrimo de La Canadiense.
A finales de la década de los ochenta surgió la idea de que Barcelona organizara una exposición universal, un proyecto al que Rouvière no tardó en adherirse. Fruto de ello, fue nombrado Delegado General de la Exposición Universal 1888 y miembro del Comité de los Ocho que organizó el evento. Allí compartió mesa con grandes personajes como el alcalde Rius i Taulet, el arquitecto Elies Rogent, el banquero Manuel Girona, el empresario textil Josep Ferrer Vidal y el aristócrata y magnate Claudio López Bru. Además, fue el presidente del Congreso Internacional de la Ingeniería que se celebró en el marco de la exposición.
Aparte de grandes proyectos y de cargos relevantes, Rouvière también se dedicó a la ingeniería más técnica, y prueba de ello es que en 1875 logró la patente de una innovación que servía para lubricar ejes de vehículos y que en el ámbito de los ferrocarriles tuvo una gran aceptación. En el momento de su muerte era vocal de la Junta Consultiva del Museo Víctor Balaguer, de Vilanova y la Geltrú, y miembro de la Real Academia de las Ciencias y las Artes de Barcelona. Antes, en los años finales del siglo XIX, había formado parte de la junta directiva del Ateneu Barcelonès.