Golpe de timón radical en la cúpula de los Mossos

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El mayor Josep Lluís Trapero y el cesado Eduard Sallent detrás de la consejera Núria Parlon y el presidente Salvador Illa en la sede de los Mossos d'Esquadra.

Los Mossos d'Esquadra llevan muchos años, quizá demasiado, en el ojo del huracán político. Y no parece que de momento tengan que dejar de estar, sobre todo porque es imposible no realizar lecturas políticas de las decisiones que explicó ayer la nueva consellera de Interior, Núria Parlon. El nombramiento del mayor Josep Lluís Trapero como director general de la Policía era esperable porque el propio presidente, Salvador Illa, lo había anunciado ya en campaña electoral. Ahora el mayor, seguramente el policía más famoso y polémico del país, asume un cargo político de confianza que le hará desempeñar un papel muy distinto al que ha tenido hasta ahora. Si siendo el principal responsable de los Mossos reclamaba, precisamente, la autonomía e independencia del cuerpo policial respecto al vaivén de las políticas de partido, ahora deberá demostrar que cree realmente en esa separación de roles. Tendrá en sus manos las grandes líneas estratégicas de los esfuerzos de los Mossos y será el responsable de dotarles de los medios para que puedan cumplirlas, pero la responsabilidad operativa estará en manos de la jefatura del cuerpo.

Y aquí es donde ha saltado la sorpresa. Se podía esperar que tarde o temprano habría un relevo en la jefatura, pero quizás no se esperaba que fuera tan rápido. Así, ayer también se supo que el nuevo jefe de los Mossos será Miquel Esquius, hasta ahora jefe de la región policial Metropolitana Sur, y que tendrá como número dos a Alícia Moriana, la actual comisaria de la región policial Central. Son dos nombres de la confianza de Trapero, y en ambos casos la relación con el hasta ahora principal responsable del cuerpo, Eduard Sallent, no había sido muy fluida. Esquius, precisamente, había sido comisario jefe del cuerpo poco menos de un año, entre julio del 2018 y junio del 2019, hasta que le destituyó el entonces conseller Miquel Buch por nombrar a Sallent, que justo el mismo día que cogió el mando también se había estrenado como comisario, lo que ya creó cierta sorpresa dentro del cuerpo. Por su parte, Moriana, una policía veterana y combativa, todavía tiene impugnado en los tribunales el nombramiento de Sallent como mayor, una plaza a la que ella también aspiraba.

Sin embargo, más allá de los temas internos, lo cierto es que no ha sorprendido el cese de Sallent tras el fracaso del operativo por detener a Carles Puigdemont el 8 de agosto, el día de la investidura de Salvador Illa. Difícilmente el nuevo Gobierno podía dejar pasar un desastre operativo como el de ese día, que, además, se va agravando por las explicaciones y el informe posterior. Más allá de la injusticia que supone que el juez Pablo Llarena se niegue incomprensiblemente a aplicar la amnistía pactada políticamente en Puigdemont, los Mossos, como policía judicial, no tenían más remedio que cumplir las órdenes. Y, en este contexto, el operativo no solo falló sino que dejó en evidencia, si no en ridículo, a la policía catalana frente a todos. Remontar esta imagen, cumplir el objetivo principal de reducir los delitos y tratar de quitar presión política a los Mossos no será tarea fácil.

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