Hablar con los fallecidos a través de la IA: ¿una oportunidad o un riesgo?
Hace algunas semanas, el diario The Guardian entrevistó a la artista performática, músico, poeta y pensadora Laurie Anderson con motivo de la inauguración en Adelaida de su exposición I'll be your mirror. La parte más golosa de esta exposición es la posibilidad de interactuar con las versiones diseñadas con inteligencia artificial de la propia Laurie Anderson y del músico Lou Reed. Ambos fueron pareja durante más de veinte años, hasta que él murió en el 2013. El titular de la entrevista en el diario británico es impactante: "Tristemente, soy 100% adicta a charlar con el simulador virtual de mi marido". La situación no nos resulta del todo nueva. En la segunda temporada de la serie Black Mirror, en el capítulo Be right back, ya se planteaba la historia de una joven viuda que, desesperada por la ausencia insoportable de su marido, recurría a un servicio online de tecnología del duelo. Un software suplantaba la personalidad del difunto y le permitía seguir comunicándole.
En la exposición, la versión IA de Lou Reed puede contestar con verso y con prosa y Anderson admite que ella, en privado, en múltiples ocasiones le proporciona comentarios intrascendentes como, por ejemplo, lo que ve por la ventana. Puede comentarle que un autobús ha cortado el tráfico y ha colapsado la calle. A partir de ahí, el ente virtual alimentado por todo el poso creativo de Lou Reed le responde algo de acuerdo con eso y comienzan a charlar. Anderson asegura que en ningún momento piensa que habla con su marido fallecido ni que compartan juntos el proceso de escritura de una canción. Pero admite que le fascina que la IA replique tan bien el estilo de Lou Reed. Con todo, reconoce que sus amigos no soportan que tenga ese fallo. Seguramente la línea que separa la conciencia del experimento de la adicción emocional es muy difusa.
Desde hace años, la IA ha sido materia esencial en los proyectos artísticos y filosóficos de Laurie Anderson. Considera que hay un porcentaje muy elevado de aportaciones que resultan fallidas, pero también ha constatado que es una manera de hacer revivir a las personas. La duda es quien tiene la potestad para decidir que un artista debe ser replicado eternamente o que su producción debe perpetuarse a través de las creaciones de la inteligencia artificial.
Dall-e, el sistema de inteligencia artificial creado por OpenAI, puede expandir las grandes obras de arte más allá de los marcos que las limitan y recrear tras la Mona Lisa un paisaje más inalcanzable de lo que siempre hemos visto. O ampliar los horizontes del Gernica y descubrir nuevas figuras más allá de las que pintó Picasso. También hemos visto a Lola Flores anunciando cervezas décadas después de morir.
Pero son creaciones vinculadas al nombre de un artista sin su mirada ni su pensamiento. Alguien puede decidir utilizar la IA para crear una nueva novela policíaca de Pepe Carvalho con el argumento realizado según el estilo de Manuel Vázquez Montalbán. O editar un nuevo álbum de Leonard Cohen con IA donde su voz grave cantará temas que se parecerán a sus grandes logros. O que un diario siga publicando artículos de un opinador finado. ¿Quién tiene derecho a resucitar a los creadores? Artistas y herederos de grandes estrellas de la música ya han denunciado que entrenen los programas de imitación con sus contenidos. Pero la creación post mortem con IA tiene el añadido de que les impone una obra y una autoría que no les pertenece. Pueden considerarse homenajes al artista difunto, un juego con el más allá o un experimento filosófico, pero también una explotación comercial del fallecido que ultraja su criterio y su autoría. Quizás lo más inquietante de la evolución humana sea la creciente resistencia a la aceptación de la muerte.