Hablemos de la lengua, sin tabúes

Para empezar a hablar de la situación del catalán, lo primero son datos, ya partir de aquí, un análisis objetivo y sereno de la situación sociolingüística. El estudio recién presentado en el marco del Pacto Nacional por la Lengua, elaborado por siete expertos, va en esta línea. Si no nos ponemos de acuerdo sobre cuál es la situación, difícilmente conseguiremos consensuar el camino para hacer que el idioma avance. ¿Cuál es el panorama? De esta radiografía se desprende que el catalán no sufre una amenaza inmediata, pero sí una realidad complicada de retroceso y minorización. A la salida del franquismo, sin medios de comunicación de masas y con gran número de nuevos ciudadanos, la situación también era difícil. Pero en ese momento, el catalán se asoció a la lucha por la democracia y la libertad, y de rebote fue también sinónimo de progreso social: solo así se explica que ciudadanos castellanohablantes fueran el embrión de la normalización lingüística en la escuela. Querían la integración plena y, por ejemplo, que sus hijos tuvieran también la oportunidad de trabajar en la nueva administración de la Generalitat y los ayuntamientos democráticos.

Hoy, después de más de dos décadas de intoxicación política por parte de los partidos y los medios de la derecha españolista, el catalán se ha convertido en una cuestión incómoda, por lo que incluso durante la década independentista no ha formado parte del núcleo reivindicativo soberanista, lo que no ha impedido que en ciertas capas minoritarias de población se les haya hecho incómoda y la vean teñida ideológicamente. La actuación de los aparatos del Estado, empezando por la interferencia judicial en la escuela –pero también en otros ámbitos de la vida social: el comercio, el audiovisual...– ha avalado esta distorsión. De modo que la consecución de un amplio consenso en positivo en torno al catalán hoy cuesta más. Pero esto no significa que no sea precisamente más necesario que nunca. Para la salud del catalán, que no cabe duda de que es la parte frágil –como no cabe duda de que el castellano goza de una muy buena salud en Catalunya–, es imprescindible romper la dinámica de enfrentamiento de lenguas. El reto del Pacto Nacional, pues, no es sencillo. La mayoría social bilingüe, y sin prejuicios en contra de la lengua catalana, es la que debe prevalecer y la que tiene la obligación de hacer suyo el mensaje de que el catalán no es un problema, sino un enriquecimiento y una oportunidad de progreso para a todos, tanto económico y social como sin duda cultural. Desproblematizar el catalán debería ser uno de los objetivos.

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Hay mucho trabajo por hacer, mucha pedagogía. Y debe hablarse claro: el catalán no va en contra del castellano. Esta sociedad es bilingüe –de hecho, es multilingüe– y seguirá siéndolo. Esto tampoco es un problema, al contrario. Y en ese contexto, el catalán tiene todo el derecho a ser el idioma común, el idioma de acogida, una lengua con historia y futuro. Es una aspiración legítima y, pese a las manipulaciones, ampliamente compartida. Defender esta visión en Barcelona, Bruselas, Berlín o Madrid, y traducirla en políticas efectivas y en normalidad ciudadana, como ha ocurrido con la película Alcarràs: este es el objetivo.