¿Qué harías si supieras que te quedan dos semanas o tres meses de vida?
Los médicos le dijeron a Bernat que no tenía muy buen pronóstico, pero que debían agotarse todas las posibilidades
Dice Bernat que lo primero que notó, fue mucho dolor en las cervicales. El médico de cabecera le dijo que era tensión, tal vez muscular. Le hicieron radiografías y tacos y no vieron nada que hiciera saltar ninguna alarma. Pero él se sentía cada vez más flojo, con menos fuerza. En el trabajo pidió la baja. La primera de su vida en doce años. Se sentía incapaz de hacer algo. Se acuerda a sí mismo en casa, en el sofá, con una manta pesada encima. Dos, tres días seguidos. Sin ánimo para comer, ni siquiera tumbarse en la cama, porque en horizontal el dolor se multiplicaba por mil como un caballo desbocado. Su compañera, Sonia, le miraba con preocupación, impotente ante el sufrimiento incomprendido, injustificable. Los médicos les decían que todo estaba bien, pero él se encontraba cada vez peor. El día del pinchazo en el brazo izquierdo acudieron a urgencias en el hospital. Dos horas después de pruebas, le dieron la sentencia. Un tumor entre el pulmón y el corazón. Inoperable. Los médicos le dijeron que no tenía muy buen pronóstico, pero que debían agotarse todas las posibilidades. Que ellos no renunciaban a su vida. Nunca. Que lo necesitarían con toda la predisposición para encarar primero las sesiones de quimio y después todas las necesarias de radioterapia.
Bernat explica, sin embargo, que rápidamente se convenció de que aquello era el final. Que todo se había acabado. Pasado el golpe inicial, le invadió una especie de serenidad. Todos debemos morir, se dijo. La diferencia con los demás es que yo sé la fecha. ¿Qué harías si supieras que te quedan dos semanas o tres meses de vida? Vivir todos los días como si fuera el último.
La cabeza empezó a ir muy deprisa, dice. Hizo balances. Escribió listas. Ocupó cada uno de sus pensamientos de todas las ideas posibles para ahuyentar el miedo. He estado muy feliz. He tenido una buena vida. Soy un afortunado.
¿Qué me queda por hacer y ya no estaré a tiempo? Submarinismo, echarme en paracaídas. Tener a un hijo.
¿Qué puedo hacer todavía? Bañarme en el mar. Tener la conversación pendiente con aquél. Perdonar a ese otro. Escribir la carta que quiero que lean en mi funeral. Elegir la música. Sobre todo.
Dejar Sonia. Sí, esto también estaba en la lista de las cosas por las que todavía tenía tiempo.
No era que estuvieran pasando una crisis o que él se hubiera desenamorado de golpe. De hecho, antes del dolor y el veredicto, se habían empezado a plantear la idea de sus hijos. Llevaban cinco años viviendo juntos. Estaban bien. Reían mucho juntos. Ambos tenían trabajo estable y ganas de dar un paso más. Pero la enfermedad no sólo lo puso todo boca abajo, sino que dinamitó cualquier esperanza. Los médicos le aconsejaron a Bernat que congelara esperma por sí más adelante... Un condicional que en ese momento era como hierro al rojo vivo donde aferrarse porque implicaba ese futuro que nadie era capaz de garantizarle.
Bernat quería demasiado a Sonia para hacerle pasar aquel calvario. Ella era demasiado joven para perder al compañero. Por tener que encararse a una ausencia demasiado honda tan pronto. Si la dejaba, creía, le ahorraba todo el sufrimiento. Como si esto fuera posible.
Cuenta que fue a ver la suegra a su casa. Le dijo: "Emilia, necesito que me ayudes. Te aviso. Tendré una discusión muy fuerte con tu hija y la dejaré. Por favor, convencedla de que merece alguien mejor que yo".
Dice que la suegra le miró atónita y sólo le dijo: "Ni se te ocurra hacer algo parecido".
No se sabe si fue por el tono amenazante de Emilia o porque él estaba demasiado débil –ya había empezado la quimioterapia–, para sacar adelante una empresa tan grande y dolorosa. Por último no hizo nada.
Sonia no se movió de su lado durante los seis meses que duró todo el proceso. Lo cuidó, le cocinó, le recogió los vómitos, le veló, le acompañó, fue a buscarle los medicamentos. Fue con él en todas las visitas, estuvo con él en todas las sesiones.
Bernat nunca le dijo que había pensado dejarla. Pero, visto con perspectiva, está seguro de que no hacerlo le salvó. Nunca somos suficientemente conscientes de cómo necesitamos a las personas que amamos hasta que las necesitamos.
Hace seis años que Bernat se curó del cáncer. Hace tres años que Bernat va a clases de submarinismo. Hace dos que Bernat y Sonia tienen una hija preciosa.
Cada día Bernat escribe en la lista, algo más que quiere hacer antes de morir. Sin perder nunca de vista que está en tiempo de prórroga.