Amor y pimienta

Una historia de amor imposible entre un profesor y una alumna

Cuando ella se matriculó en la escuela, después de unas pruebas previas, no pensaba que le tocaría de maestro

Si pudiera ser
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Por un momento, y quizás sólo son unos segundos, le pasa como un relámpago por la cabeza. La posibilidad. Aunque sabe la verdad, todo el mundo se lo ha dicho, quizás incluso él ha hecho algún comentario alguna vez de su pareja. Pero la cabeza es más poderosa que el resto y lo que siente ella ahora es esto y de eso está segura. Tiene la capacidad de imaginarse otra realidad. Como si fuese un sueño pero en el ring de la conciencia y de la voluntad. En la intimidad de su cabeza ella es la única espectadora y no debe rendir cuentas a nadie.

Ya hace tiempo de todo. Ha ido creciendo como una planta trepadora y eso que ella intentaba evitarlo. "No es posible, no es posible". Desde el principio empezó el curso de canto en esta escuela profesional. Es el profesor, el director de la academia. Ella hace mucho tiempo que le sigue. Sus actuaciones, representaciones, conciertos, repertorios. Está en todas partes. Una persona admirada y respetada. Le hacen entrevistas. Está en todas partes. Tiene éxito, fama, prestigio. Sabe cómo emocionar con su voz, cómo modular cada canción, cómo poner la piel de gallina.

En la distancia corta también tiene ese encanto. Es amable, nada pretencioso. Sabe sacar lo mejor de cada alumno. Es humilde. Trata de tú a tú. No va de estrella. Es muy trabajador. En la pared de su escuela no están colgados sus logros en forma de recortes de periódico o reportajes. Las paredes que no tienen espejo son de yeso blanco impoluto. Un lugar donde proyectar la voz desde el diafragma y que regrese al cuerpo del que ha salido con todos sus matices y belleza.

Cuando ella se matriculó en la escuela, después de unas pruebas previas, no pensaba que le tocaría de profesor. Pero él mismo realizó una selección de ocho alumnos y ella estaba entre los escogidos. Nunca podrá olvidar lo que le dijo ante todo aquel primer día: que era emoción pura, que le brillaban los ojos cuando cantaba, que se le notaba la verdad. Y que quería su autenticidad en clase. Que todo lo demás se podía aprender.

Han pasado siete meses y medio desde que empezaron y se han convertido en una especie de familia. A menudo van a cenar o tomar algo cuando acaban la clase. Algunas veces, si él no tiene actuación, se le añade. Y es muy divertido, muy cercano. Han congeniado tanto a todos que incluso él les ha dicho que está pensando en montar un espectáculo donde contará con todos ellos. A ella, especialmente, le ha dicho que la quiere de protagonista y le ha dado un abrazo. Ella se ha removido, confundida, entre sus brazos. No por el orgullo de protagonista, sino por el contacto con su piel, su olor. Su cuerpo tan cerca.

Intenta ver en ese gesto alguna pista que le valide lo que siente ella y que ahora ya se atreve a ponerle nombre y textura. Algún tipo de señal de interés personal. Y aunque realmente no está, ella por un momento imagina que sí. Y hace volar la cabeza y le hace volar muy lejos y le sigue volando incluso cuando entra por la puerta del bar el novio del profesor, un escultor conocido, doce años mayor que él, y le dice que es hora de irse en casa que él ya no tiene edad.

Ella ve cómo marchan cogidos de la cintura y riendo. Y también ve cómo el profesor le besa la nuca y el otro le esboza el pelo. Y ella siente un pinchazo en el vientre. Ese es el sitio donde le gustaría ser si pudiera ser.

El último día de clase, ella está cogiendo sus cosas para meterlas en el bolso. Han quedado para ir a cenar y después ir a bailar a un local que conoce a uno de los compañeros. El profesor no podrá estar porque marcha de gira justo en la madrugada y debe cuidar la voz, pero les promete que se lo compensará en septiembre cuando vuelvan a poner en marcha.

Ella hoy se siente triste, tutida. No quiere que el curso se acabe. No quiere el paréntesis del verano. Durante mucho tiempo esos ratos de clase han sido un aliciente. Un espacio de felicidad. Un lugar en el que se ha sentido valorada y querida. Está pensando en todo esto y no se ha dado cuenta de que él ha vuelto a entrar en el aula donde ya no queda nadie para apagar las luces. La ve y le dice, cuando la ve tan mojada, que está muy orgulloso de ella, que lo ha hecho muy bien, que tiene mucha alma y que debe seguir trabajando porque puede llegar a donde quiera. Que él confía en ella.

En ese momento ella quisiera verterle como un torrente todo lo que siente. Pero se está y en cambio de esto se pone a llorar. Le dice que no sabe lo que le pasa. Que ya va a pasar. Él le abraza, le seca las lágrimas con los pulgares como si fueran parabrisas en primera marcha y le dice que todo irá bien. Y entonces le da un beso muy suave, muy dulce, muy lento, muy casto, en los labios.

Ella no sabe cómo ha pasado. No lo había previsto. No lo había imaginado así. Aún siente su gusto cuando escucha de lejos su voz.

"¡Nos vemos en septiembre!", dice. Y desaparece.

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