«Ignorantes, ridículamente nacionalistas»

La adjetivación que encabeza este texto es de Carles Riba, referida a los griegos contemporáneos. La escribió en verano de 1927 desde Atenas, en una carta dirigida a su gran amigo Josep Obiols, el pintor. Riba, claro, admiraba a la Grecia clásica y no podía sino sorprenderse de ciertos contrastes con el presente. Sin embargo, la experiencia de ese viaje, acompañado de su mujer, la poeta Clementina Arderiu, le marcó para siempre. Su libro más emblemático, Elegías de Bierville, escrito en el exilio después de la guerra, había germinado entonces, doce años antes.

A Obiols, concretamente le escribe: "Mirad, llegamos al suelo del Ática una madrugada: el sol sobresalía, rojo, elocuente encima de Salamina donde se derramaba sobre el mar bruñido, hacia nuestro pobre vapor lleno de griegos tronados, dispersos, ignorantes, ridículamente nacionalistas... En el buen momento, una niebla nos cubrió la punta de Súnion, no nos dejó ver, del Pireo adentro, sino unas chimeneas de fábrica. Ninguna emoción a bordo, ningún grito de: «¡Vemos la Acrópolis!»".

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Ésta y otras cartas y postales (a los familiares, a Estelrich, a López-Picó, a Junoy, a Balcells, a Sagarra ...) conforman el volumen El inolvidable viaje a Grecia (La Magrana), al cuidado de Carles-Jordi Guardiola. En la misma misiva inicial, evocando la visita al Partenón, empequeñecido ante su grandeza, describe un vigilante viejito y tronado, "mortal como Tú e inmortal como todas las cosas que nos dan pena sólo porque somos nacionalistas de una patria desgraciada, pequeña , que ha sabido dominar el Partenón de Atenas, y no ha sabido hacer de Barcelona sino en los sueños de cuatro muertes de hambre como nosotros".

Más contrastes, ahora en una epístola a su madre: "La gente no sabe nada de nada: ni los chóferes saben las calles ni nadie tiene idea de Pericles ni de Platón, pero se come muy bien y la vida resulta barata. Partenón merece su fama: se está en lo alto de su roca, roto, dorado y blanco, fumentándose de toda la poca sustancia que le rodea".

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Después de Atenas, donde un par de días coinciden con Cambó, su mecenas, se desplazan a la isla de Santorini, dotada sólo de un modestísimo hotel, más atento que cualquier pequeña pensión catalana. Vuelven a la capital, y de allí salen en ruta hacia Tebas, Delfos, Corinto, Micenas, Trípoli, Esparta, Olimpia, Patras e Ítaca, la patria de Ulises, donde con "su vinito y sus olivos y los sus rocas abruptas, la canción ha terminado". De allí ya suben el camino de regreso. Habían salido de Barcelona un 4 de agosto y regresan el 28 de septiembre.

A diferencia del pintor y amigo Josep Aragay, siempre dispuesto a contar aventuras, a él le cuesta. "No aragaiejo lo suficiente", dice. Riba poetiza, tiene hambre de mar, hambre de belleza. Admira la "grandeza salvaje" y salvaje de los paisajes, también "los ojos grandes y más bellos del mundo: ya parecen estilizados; los frescores micénicos no exageraban". A Obiols le confiesa: "Dos veces en este viaje he tenido que hacer un esfuerzo violento para no llorar como una criatura... o como un héroe antiguo. Una, en el embarque de Marsella, cuando presentía mi Grecia a través de una niebla rosada y lila; la otra en el embarque de Patres, cuando por fin iba a conocer el Ítaca delOdisea, del libro más bello del mundo".

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La parte prosaica la deja para Estelrich –mano derecha cultural de Cambó–, al que le pide dinero para acabar el viaje sin penas y, a cambio, le promete buena conversación: "Haremos una alianza que temblarán todas las piedras sentimentales, paleocatólicas y malacobarrocas de Catalunya".

Y, de vez en cuando, la política. A López-Picó: "La gente cree que las cosas son simples; sólo nosotros, los temperamentos políticos, las vemos complejas como realmente son. Ahora, el drama del político, y también su gloria, es tener que resolverlas como si, sin embargo, fueran simples. Los espartanos no lo veían así, y creyeron que podían hacer simples las cosas; por eso fallaron, en política... y en arte". ¿Qué denuncia del populismo tan sublime y altiva, verdad?