Impostoras del mundo, ¡unámonos!
Cuando empecé como guionista tenía el síndrome de la impostora y sufría. Me hacía sufrir que alguien pudiera descubrirme. Imaginaba el momento de forma dramática: me reprocharían la mentira, me expulsarían del mundo audiovisual, viviría en el ostracismo, pero duraría poco, porque me moriría de hambre y de la pena y la frustración sufriría un episodio de autocombustión y quedaría reducida a cenizas.
Pasaron los años (gracias, ¡Universo!) y todo se fue poniendo en su sitio. Hasta que en 2016 recibí la oferta para participar como tertuliana en el programa Catalunya Migdia de Catalunya Ràdio. El primer automatismo fue decir que no. Y con espanto. Había hablado por radio, pero ¿de eso a hacer tertulias?! ¡Yo?! Hasta que recordé que formaba (y formo) parte del colectivo #OnSónLesDones, que reclamamos la paridad en los espacios de opinión de los medios de comunicación catalanes y que no podía sabotearme. Pero, sin embargo, dudaba de mí. Entonces recordé lo que dice la admirada Caitlin Moran: un hombre dice que sí y después ya piensa cómo lo hará. Y si un día no sale tan bien, saldrá mejor al día siguiente. Y esta es una actitud bastante más sana que creernos lo que nos han dicho siempre. Que las mujeres somos la excepción, que lo que cuenta es la voz y opinión de los hombres. La experiencia y el liderazgo masculino. Ahora ya no te lo venden tan directamente porque queda fatal, pero la realidad es la que es (como ejemplo, consulte el blog onsonlesdones.cat, si queréis flipar). Así que acepté ir y me prometí que lo intentaría hacer muy bien, pero al mismo tiempo me di permiso para no hostigarme si un día hacía una tertulia mediocre. Porque no nos engañemos, en las tertulias hay hombres brillantes, pero también olvidables. Y están ahí, ocupando espacio público. Tiré el síndrome de la impostora a la basura y todo fue bien.
Hace poco volví a pensar en ello al hablar con una mujer que quiero. Es un pedazo de mujer y una muy buena profesional, pero está aterrorizada. Tiene miedo a fracasar y se juzga tan duramente que no se da cuenta de que ella misma se está tendiendo su propia trampa. Después de escucharla le he dicho un "bienvenida al club" que me ha hecho pensar en los años que escribía la columna "La peor madre del mundo" en este diario. Y en el llamamiento que hacía para que explicáramos los sufrimientos y las miserias para no idealizar la crianza. Porque la perfección es una de las mentiras sociales más peligrosas. Y en lo que respecta al síndrome de la impostora, igual. No hay nada más revelador que saber si las mujeres que admiras y amas lo han sufrido. Casi todas responden que sí. Jefas de gobierno, consejeras, ejecutivas, jefas de equipo, científicas, mujeres exitosas, artistas maravillosas.
Y no entiendo por qué tiene que ser un secreto. Por qué no podemos decirlo en voz alta: yo también tengo o he tenido el síndrome de la impostora. Todas unidas nos miraríamos y alucinaríamos. Y nos diríamos unas a otras lo que en un momento de debilidad no somos capaces de decirnos a nosotros mismas: que somos la hostia. Sí, impostoras del mundo, ¡unámonos!