¿Moda o tortura? Un invento del siglo XVII que causa graves problemas de salud

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Unas 'stiletto' en una imagen de recurso.

¿En qué momento la moda decidió elevar a las mujeres hasta unas alturas de vértigo a través de unos palillos estrechos de unos 12 cm de largo? Pues hacia la década de los 50, el día que Roger Vivier, zapatero de Christian Dior, decidió poner un alma metálica en los tacones de madera y consiguió que no se partieran al llegar a cierta altura. Unos zapatos que, por sus características, quedaron bautizados con los nombres de stiletto, zapatos rascacielos o tacones de aguja. Más allá de la proeza técnica, Vivier había sofisticado uno de los grandes artefactos de tortura para la mujer, responsable de graves perjuicios de salud. La propia reina Letícia sufre un neuroma de Morton, una afección aguda del pie, causada por el uso habitual de este tipo de calzado. Una situación que también soportan otras muchas mujeres, como es el caso de la actriz Sarah Jessica Parker. A pesar de haber manifestado que tiene unas deformaciones en el pie ya de carácter irreversible, su personaje en la serie Sexo en Nueva York pasó un gran disgusto cuando un ladrón le robó sus queridos Manolos. Ante esta situación, la pregunta que nos viene a la cabeza es: ¿y por qué los seguimos llevando?

Los zapatos de tacón han ido asociados desde el siglo XVII a la mujer. Es cierto que en ese momento el hombre también los llevaba, pero en su caso eran más robustos, estables y cómodos, y la forma del tacón les facilitaba cogerse mejor a los estribos del caballo. Estos zapatos se popularizaron entre la nobleza, puesto que la altura los elevaba visualmente por encima del resto del pueblo. Además, les otorgaba inmovilidad, con la que evidenciaban que, como estamento privilegiado, no les hacía falta hacer ningún trabajo productivo. Con la llegada del siglo XIX y la consolidación de los estados parlamentarios en Europa, la madurez del sistema capitalista, la Revolución Industrial y la irrupción de la burguesía como clase dirigente, se produjo un importante cambio en la indumentaria occidental. Si bien a los hombres se les quitó cualquier elemento ornamental y ostentoso, y quedaron encasillados en sus aburridos trajes sastre negros, las mujeres se convertirían en elementos de ostentación de la posición social y capacidad adquisitiva del marido. Por eso, dos de las características definitorias de su indumentaria, y que la diferenciarán estéticamente del hombre, serán la ornamentación y la inmovilidad.

Desde este momento, el zapato de tacón quedó asociado irremediablemente a la feminidad. A pesar de que no existe ninguna ley que obligue a las mujeres a llevarlo, es bien cierto que la presión social es tal que hay profesiones, ámbitos u ocasiones en los que su uso se hace incuestionable. No es casual que los stiletto se inventaran precisamente en la década de los años 50, cuando la mujer sufrió un grado de subyugación al hombre bastante elevado. Y tampoco es casual que, el 7 de septiembre del 1968, cuando tuvo lugar la (no) quema de sujetadores a manos de unas feministas radicales, uno de los objetos que también se tiraron a la llamada “papelera de la vergüenza” fueran concretamente los zapatos de tacón.

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