Patrimonio de agua dulce

La pasta de garbanzos evita filtraciones

La toma de Canelles

La toma de Canelles.
08/09/2025
4 min

Estopanyà (en castellano todo siempre es más largo: Estopiñán del Castillo) es un bonito pueblo de la Franja de Poniente en el que residen poco menos de un centenar de personas. Paseando sientes hablar más catalán que en Barcelona. Es bastante concurrido porque es uno de los puntos de partida de una visita que se ha hecho muy popular, la de "la muralla china de Finestres", situada junto al pantano de Canelles y del pueblo abandonado de Finestres. Esta aldea quedó abandonada a mediados de los años cincuenta del siglo XX. La construcción del pantano inundó sus tierras más fértiles y cerró las comunicaciones que, a través del río, tenía con sus pueblos vecinos. "Cuando me piden por dónde se va a la muralla china yo les respondo que deben hacer 13.000 kilómetros", me dice Benjamín Vallmanya, de Estopanyà. "Aquí siempre hemos llamado «Las rocas de la villa» o «Los dientes de Ventanas»".

Benjamín es el responsable del Centro de Interpretación de la Energía y la Geología de la presa de Canelles, una interesante exposición sobre la historia de la construcción de la presa y la central. Hoy la visito. Debemos hacer unos kilómetros desde Estopanyà para ir a los pies de la presa, que se encuentra entre los municipios de Estopanyà (Ribagorça) y Os de Balaguer (Noguera). Los recorremos con su pequeño coche, poco a poco, por una carretera totalmente secundaria. No nos encontramos con ningún vehículo en todo el trayecto. Nos adentramos en el Montsec más deshabitado y virgen, pasando cerca de una de las vías ferratas más populares del país, Lo Pas de la Savina, de paredes altísimas. Una de las vías lleva su nombre (y no el apellido). Sí, vía Benjamín.

"La zona del estrecho de Canelles, donde se encuentra la presa, es muy kárstica", me cuenta Benjamín, al volante del coche. "Cuando se empezó a llenar el embalse se detectaron importantes fugas de agua, por lo que no se llenó del todo hasta pasados ​​35 años, cuando quedaron resueltas. Fue necesaria una operación muy compleja en la que se inyectó en el hormigón bentonita –arcilla muy fina–, y también otros elementos como «carbona», y carbón, se agarra muy bien a la piedra– y pasta de garbanzos –se hincha al mojarse–”, relata.

De la exposición del centro de interpretación uno de los valores principales son las fotografías de la construcción de la presa. Hay imágenes preciosas, en blanco y negro, del pueblo de Blancafort, del año 1955. Poco después quedaría inundado por el pantano de Canelles (otro pueblo, Tragó de Noguera, quedaría inundado por el pantano de Sant Anna, situado algo más abajo que el de Canelles).

En Blancafort vivía una de las bisabuelas de Leo Messi, que emigró, bastante antes de que el pueblo quedara bajo el agua. Muchos habitantes del Montsec se marcharon a principios del siglo XX. Éste era un lugar pobre, con recursos escasos: se hacían cereales en pequeños bancales, frutos secos, aceitunas y miel (que ha desarrollado "la cocina de la miel", muy popular hoy).

Junto a los barracones de la exposición hay, sin rótulo alguno, piezas en desuso de la central. "Algún día haremos un museo al aire libre de todo esto", dice Benjamín. Queda trabajo por hacer.

Seguidamente caminamos hasta la presa. A medida que nos acercamos, resulta más imponente. La pared es altísima, impresionante: 152 metros de altura. Claro, es un dique de contención de un inmenso embalse, el más grande de la cuenca del Noguera Ribagorçana y el segundo más grande de la cuenca del Ebro, después del de Mequinenza. "Esta presa, todavía hoy, es estudiada por muchas universidades por la complejidad de su construcción", comenta Benjamín. Cuando estamos cerca, vemos el agua saliendo a mucha presión de una tubería y hace un bonito arco iris. Nos acercamos y refrescan salpicaduras diminutas de agua. Es una experiencia ideal para un día como hoy, de calor sofocante. Me quedaría un buen rato, pero todavía nos queda un atractivo por ver: la cueva negra de Tragó (otras cuevas que hay fueron tapadas con hormigón para taponar filtraciones). A la cueva negra se accede desde un lateral de lo más alto de la presa. Bien equipado con el casco que me ha proporcionado Benjamín, hago un recorrido por un tramo de la cueva. Nos dan la bienvenida un grupo de murciélagos que vuelan a bastante velocidad. "Se han detectado aquí trece especies de murciélagos", me dice Benjamín. "El murciélago es el mejor amigo del campesino", remarca. "Cada día se comen un montón de insectos: una y media el peso de su cuerpo". "Eso quiere decir que "van de vientre" muy a menudo", digo. En un momento que bajo la cabeza veo un sapo. Claro, hay algunos charcos de agua, su hábitat.

Hay un paso estrecho, pero el camino es fácil, prácticamente horizontal. "En esta cueva se encontraron restos humanos, de entre 12.000 y 14.000 años antes de Cristo, y también puntas de flecha, hachas...", explica Benjamín.

"¡Estas estalactitas están completamente destrozadas!", exclamo. "Sí, de hace años, cuando no había ninguna sensibilidad para respetar el patrimonio y mucha gente las rompía y las vendía. Algunas fueron a parar como elemento ornamental en cementerios", dice Benjamín. ¡Qué pena!

Una de las obras hidráulicas más emblemáticas del franquismo

Para reactivar el país, devastado por la guerra civil, el régimen franquista impulsó la realización de numerosos pantanos. Uno de los más emblemáticos del régimen es el de Canelles, creado para generar electricidad y para satisfacer las necesidades de regadío y abastecimiento de agua potable. La central de Canelles y su presa fueron construidas por la empresa ENHER en sólo seis años, de 1953 a 1959. La presa fue diseñada por el ingeniero Eduardo Torroja. Las obras emplearon a miles de trabajadores. Residían con sus familias en un campamento provisional –el llamado "poblado de Canelles"–, mucho mayor que cualquier otro pueblo del entorno. Cuando cerró este poblado, a principios de los años ochenta, muchos se quedaron en el territorio a vivir allí para siempre.

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