El Mas Picarany de los Ferrater
Sobre las últimas estribaciones de las montañas de Prades, cerca del monte de Cama y sobre el barranco del Picarany, se levanta un imponente bosque de pinos. En medio de aquella finca, también imponente, una masía levantada en los años 20 domina esos contrafuertes. El nombre de la masía y la finca les cede el barranco, la construcción la consignó el matrimonio reusense Ferraté i Soler y la fama les concedieron sus hijos: Gabriel, Joan y Amàlia.
Hablamos del Mas Picarany de Almoster, universo y refugio terrenal y bajocampín de una de las estirpes de escritores e intelectuales más importantes del Camp de Tarragona y del país. Un punto donde la familia pasó largas temporadas y se refugió a lo largo de la Guerra Civil, y que sirvió de espacio familiar a la vuelta del exilio.
El Álbum Ferrater recoge un texto de Amalia en el que explica, brevemente, la pequeña historia y organización de la masía: “El bosque del Picarany parece ser de una tía de mi madre que ella había heredado. A ambos, a papá ya mamá, les gustó ese bosque y decidieron hacerse una casa que diseñaron ellos mismos. Esto debió de ser hacia el año 26. Tuvieron que vaciar el bosque con explosión de dinamita para poder hacer un estante para la casa porque la montaña tenía bastante pendiente. Picarany tenía tres plantas: abajo vivían los masoveros y teníamos una capilla construida a instancias de la abuela Soler, en el mismo lugar donde había muerto su hijo, el tío Antoni; murió en 1927 o 1928 de una diabetes que se complicó con tuberculosis; después, los domingos el cura de Almoster venía a llamar misa y le dábamos chocolate para el desayuno; al llegar la Guerra Civil los padres decidieron deshacer la capilla y la pusimos en el desván. En el primer piso estaba el comedor, las salas de estar y las bibliotecas; arriba, los dormitorios y, más arriba, la buhardilla donde dormían las domésticas. Mi madre tuvo que vender Picarany a finales de los años 50”.
La presencia de la masía en el universo de Ferrater es palmario, incluso más allá de sus letras. La pequeña producción pictórica del reusense –seis aceites, que habitualmente reposan en el instituto homónimo– es una magnífica muestra de las vistas de los bosques, campos y paisajes del entorno de la masía.
Como las oportunidades las pintan calvas, este artículo quiere ser una señal de alerta que debe sumarse a otros artículos y noticias que se han publicado en torno al anuncio de venta, por 690.000 euros, del Mas Picarany.
Quizás ahora es el momento de actuar mejor que aquel pasado 2011 y conseguir la compra del edificio y convertirlo en algo más que un segundo Escornalbou.