“Podía sacar un 10 y a la vez no querer ir a la escuela”

Las familias de alumnos con altas capacidades denuncian que el sistema educativo no está preparado para atenderles

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LAIA VICENS

BarcelonaMás de 130.000 niños y niñas que van a las escuelas e institutos de Catalunya necesitan algún apoyo educativo específico. Son los alumnos NESE. La mayoría tienen diagnósticos por situaciones sociales desfavorecidas, trastornos del aprendizaje o porque se han incorporado tarde al sistema educativo. Pero en la otra cara de la moneda de las necesidades especiales en el aula hay 3.745 alumnos que tienen altas capacidades. A pesar de que puede parecer que son niños con el éxito educativo garantizado, detrás hay historias de sufrimiento y aburrimiento absoluto en la escuela, de soledad e incomprensión.

“Se creían que como ya tiro sola, saco buenas notas y parezco contenta, ya está todo bien, cuando en realidad hacía mucho tiempo que no aguantaba las clases y me aburría mucho”, explica Carla, de 14 años, con una oratoria impropia de su edad: “En las notas, los profesores ponían que era muy activa y participativa, pero yo participaba para no estar aburrida”. Desde muy pequeña había mostrado unas “habilidades impresionantes” para comunicarse. “Construía frases y hacía preguntas fuera de lugar para su edad”, recuerda Santi Goméz, su padre. Descartaron hacerle pruebas de altas capacidades pensando que con el tiempo se equipararía al ritmo de sus compañeros, pero la distancia no hizo más que crecer. “Se quedaba aislada, no tenía las mismas inquietudes ni le interesaban los diálogos con sus compañeros, porque los consideraba banales y ridículos”, recuerda.

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Más de 130 de coeficiente

Carla dice que “no quería ser diferente”: “No era consciente de que la otra gente no era como yo”. Cuando hacía sexto le hicieron las pruebas: con un coeficiente intelectual superior a 130 puntos, se constató que Carla es superdotada. “Cuando lo supe, maduré en una semana”, dice. Fue clave para ella poder poner nombre a lo que le pasaba pero, si bien mejoró la relación con los compañeros, las clases la seguían “decepcionando”: “Podía sacar un 10 y a la vez estar desganada y no querer ir a la escuela. Llegué a la conclusión que no podía estar toda la ESO así, porque me convertiría en un caso de fracaso escolar”. Y así fue como Carla ha empezado 3o de la ESO este curso pero acabará 4o en junio.

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La aceleración de curso la ha estimulado. “Que me avanzaran de curso me pareció un regalo, porque es un voto de confianza hacia mis capacidades”, argumenta. Aún así, critica que el sistema no está preparado para los casos como el suyo. “Creo que los profesores se tendrían que formar más en diversidad y, si no es pedir mucho, que haya más flexibilidad para atender bien a todos los alumnos”.

Desde la universidad admiten el problema. “En los cuatro años de grado no hay ninguna asignatura troncal de diversidad, a pesar de que es lo que después se encuentran los maestros en las escuelas”, lamenta Mònica Casellas, profesora en la Facultad de Educación de la Universitat Rovira y Virgili y presidenta de Athena. Es una asociación que creó en 2018, después de que a su hijo mayor, que ahora tiene 13 años, lo diagnosticaran con altas capacidades y superdotación. “Me entró mucha preocupación, tanto por el tema social, porque no tenía demasiado amigos, como por el tema escolar, porque es un mito asociar las altas capacidades a un alto rendimiento”, dice.

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Al chico le costó asimilar el diagnóstico, pero después de unos años de terapia con una psicóloga y de un cambio clave en la intervención en el aula -de darle más cantidad de trabajo pasaron a darle tareas de un nivel superior-, está motivado. “Los niños superdotados quieren aprender. No soportan el aprendizaje repetitivo”, asegura su madre.

Presión social y aautoexigencia

Son chicos y chicas que, a menudo, cargan con el peso de unos estigmas y estereotipos -exitosos, aplicados, responsables, obsesivos, brillantes, talentosos...- que les generan autoexigencia. “Sienten mucha presión. Mi hijo me pregunta: «Mama, si quiero hacer filología o periodismo, está bien, ¿verdad?»”, explica Casellas.

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Las familias sufren sobre todo por el aislamiento social que acompaña a sus hijos, que para los compañeros de clase son a menudo “unos bichos raros”. “No lo invitaron a ninguna fiesta de cumpleaños hasta que tuvo 10 años, y todavía hay gente que nos dice: «Pero si saca buenas notas, ¿de qué os quejáis?» Esto es muy duro, porque no se conoce el sufrimiento que hay detrás -afirma Casellas-. Estamos acostumbrados a atender por debajo, por las dificultades que tienen los que no llegan. Pero los niños con altas capacidades también tienen necesidades y dificultades”.

Montse Terrones lo resume así: “Si en lugar de tener altas capacidades hubiera sido un niño con problemas de aprendizaje, el caso de mi hijo sería de escándalo”. Su hijo Aleix, un niño “avispado, despierto, inteligente, divertido”, ha pasado un “calvario escolar”. Con ocho años tenía la edad intelectual de un chico de 13, pero el informe que acreditaba sus altas capacidades quedó tres años en un cajón en el despacho de la dirección de la escuela. No llegó nunca al equipo de asesoramiento psicopedagógico y, cuando años después por fin le reconocieron las necesidades específicas, ya era tarde: “Aleix tenía depresión y ansiedad. Salvamos 1o de ESO gracias a una tutora muy buena, pero en 2o pedimos la escolarización domiciliaria”. La pandemia que lo paró todo dio un respiro a Aleix, pero el chico no se ha reincorporado al instituto. “Necesita más a nivel intelectual y a nivel social”, dice la madre.

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La tortuosa escolarización de Aleix ha hecho evidente, a ojos de su madre, que el sistema educativo “no está preparado” para atender a los superdotados. “Aprenden de manera diferente. No es tanto si hay que avanzarlos de curso o darles más contenidos, sino permitir que aprendan a su manera y a su ritmo”, afirma. Para ella, la solución es que “el sistema educativo entienda que no son mejores, sino que son diferentes y, por lo tanto, se les tiene que atender respetando sus peculiaridades”.

La respuesta de la escuela condiciona a los chicos y chicas con altas capacidades. En los últimos años se ha avanzado en las opciones para atenderles: acelerarles de curso, formar más a los docentes o desplegar metodologías más flexibles, como el trabajo por proyectos. Pero, aún así, las familias denuncian que hay camino para mejorar. También lo confirma la psicóloga del centro UDAC, especializado en altas capacidades, Sandra Tarragó: “Los alumnos superdotados se sienten a veces olvidados porque pasan desapercibidos o con la sensación que, como son inteligentes, lo pueden hacer todo solos, pero ellos también necesitan apoyo y acompañamiento”.

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Altas capacidades y altas dificultades

Este apoyo es especialmente importante en el caso de los alumnos de doble excepcionalidad, un fenómeno que en España todavía está poco estudiado pero que, según el Colegio de Pedagogos de Catalunya, afecta entre el 14 y el 20% de los alumnos con altas capacidades. Esto significa que, además de su superdotación, son niños con otra necesidad educativa, como déficit de atención, hiperactividad, trastorno autista o trastornos de aprendizaje, como dislexias. “Puede parecer contradictorio, pero son alumnos con altas capacidades y a la vez con dificultades de aprendizaje”, resume Tarragó.

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Maria -nombre ficticio- envió un correo a la redacción del ARA para explicar su caso. Dice lo siguiente: “Uno de cada 100 niños tiene un diagnóstico de trastorno del espectro autista. Mi hijo es uno. Tiene 11 años y un nivel cognitivo por encima de la media [está diagnosticado con alto rendimiento] pero muestra pocas habilidades sociales. Tanto la psicóloga como la escuela aconsejan no decirle nada ni a él, ni a los otros padres, ni a sus compañeros de clase para no poner etiquetas. Pero, ¿Cómo lo hacemos para no etiquetar a un niño y a la vez conseguir que los otros comprendan que mi hijo no es ni «extraño» ni «malo», sino que ve el mundo desde una perspectiva diferente a la mayoría?”

A Maria le ha ido bien, precisamente, ponerle un nombre. “Ahora soy más comprensiva”, afirma: “He entendido que no tiene capacidad para esforzarse, pero tampoco tiene problemas para seguir la clase. Simplemente, se aburre”, argumenta. Como el resto de familias consultadas, señala, con cierto lamento, que en la escuela “no están suficientemente preparados para educar en la diversidad”. “Los maestros tienen ratios muy elevadas y tienen que atender a 25 niños y niñas muy diferentes, es cierto, pero también lo es que tendrían que recibir mucha más formación para tratar todos los casos que se salen del patrón habitual”, dice.

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Para atenderlos bien, sin embargo, hay que hacer una buena detección. Teniendo en cuenta que se calcula que el 2% de la población es superdotada, en Catalunya habría más de 22.000 alumnos potenciales entre infantil y bachillerato. Es decir, unos 18.000 niños y niñas podrían tener altas capacidades pero no estar diagnosticados y, por lo tanto, no recibir la atención necesaria.