Shi Pei Pu, el espía que se hizo pasar por mujer durante décadas
Durante la Guerra Fría este cantante de ópera se enamoró de un funcionario de la embajada de Francia, con quien pasó documentos en el gobierno chino
BarcelonaEra diciembre de 1964 y la embajada francesa de Beijing organizó una fiesta de Navidad. Los franceses habían sido de los primeros gobiernos en abrir una delegación en la China comunista, enviando a trabajadores como Bernard Boursicot, el joven contable de apenas 20 años recién cumplidos. Boursicot iba por China con los ojos abiertos, fascinado con lo que veía. Había nacido en Vannes, en Bretaña, dentro de una familia conservadora que la había enviado a internados católicos de aquellos de curas estrictos vestidos de negro de pies a cabeza. Después había realizado un curso de contable, el trabajo que también hacía su padre, se presentó a unas oposiciones para ir al extranjero. Quería huir de una sociedad demasiado cerrada y una familia muy dura. Lo consiguió. Esa Navidad ya estaba en China. Y conoció a Shi Pei Pu en la fiesta de la embajada. Era el inicio de una de las historias de espías más sorprendentes del siglo XX.
Cuando Boursicot conoció a Shi Pei Pu, no dejaba de ser un joven inexperto medio fascinado y medio asustado por estar en China de Mao, descubriendo olores, ideas y costumbres diferentes. Y con sus superiores siempre en guardia, desconfiante de los chinos, puesto que no dejaban de ser funcionarios de una embajada en territorio enemigo en plena Guerra Fría. Pero Boursicot tenía otras preocupaciones, concretamente sexuales y morales. Educado en un catolicismo estricto, nunca había tenido experiencias sexuales con ninguna chica. Ahora, había conocido el sexo, con otros chicos en los internados, en encuentros que él consideraba que no dejaban de ser una especie de ritos del colegio para demostrar que te hacías mayor. En un internado para chicos bien conservador, en el que no se hablaba de sexo, los chicos descubrían su cuerpo y deseos como podían. Algunos se escapaban para ir con prostitutas. Él nunca lo hizo. Si participó en aquellos juegos sexuales, disfrutando de ellos, pero convencido de que no dejaba de ser algo de niños. Así que estaba decidido a conocer a una mujer, enamorarse de ella y practicar sexo. Es lo que tocaba, suponía, puesto que era lo que le habían enseñado.
Cuando Shi Pei Pu se presentó en la embajada, llevaba un elegante traje con corbata. Este chino hablaba francés y, de hecho, estaba en la fiesta porque hacía de profesor de mandarín para los familiares de los trabajadores de la embajada. Era una persona muy elegante, refinada, con mirada profunda y movimientos muy femeninos. ¿La razón? Era cantante de ópera china. Un arte en el que las mujeres no pueden actuar y, por tanto, eran hombres quienes representaban los papeles femeninos. Y ésta era una de sus especialidades. Nacido en la provincia de Shandong, Shi Pei Pu era hijo de dos profesores que habían sido enviados a la otra punta de China, en Yunnan, donde creció estudiante francés, haciendo un grado de literatura y entrando en contacto con el mundo de las artes. Su pasión sería la ópera tradicional, un género que no acababa de ser visto por las autoridades comunistas, por ser demasiado conservador, pero que sobrevivía. Shi escribió sus propios textos y llegó a Beijing, donde subió a los escenarios y aprendió a andar, vestir, maquillarse y cantar como una mujer. Cuando Boursicot le conoció, Shi tenía 26 años. Ese día iba vestido de hombre, pero en aquella conversación en la embajada se generó una química entre los dos, a base de miradas, que llevó a Shi a decirle una mentira: afirmó ser una mujer a la que les sus padres habían obligado a vestir y hacer vida de hombre. Le explicó que en la sociedad china los padres valoraban más tener un hijo niño y, como ellos no lo habían conseguido, habían educado a su hija como si fuera un hombre. Boursicot lo creyó. La atracción entre ambos era evidente. Así que buscaron la forma de ir quedando. Y cuando pudieron tener un espacio íntimo Shi ya fue vestido de mujer. Aprovechando la falta de experiencia del joven francés, que había admitido a su nuevo amigo que no sabía nada de sexo, Shi logró que tuvieran encuentros sexuales de noche, siempre sin luz, en los que el chino enseñaba los secretos del placer en Boursicot. Éste estaba convencido de estar practicando sexo con una mujer mientras hacía el amor con un hombre. La relación duró unos meses, puesto que Boursicot fue enviado a otro país. Cuando Shi lo supo, le pidió que regreses un día, ya que se había enamorado de ella. Para intentar mantener el contacto, mintió de nuevo afirmando estar embarazada.
Cinco años más tarde, Boursicot volvió a la embajada china. Los amantes se reencontraron en un país que no dejaba de cambiar con la revolución cultural. Shi ya no podía hacer de actor y dijo a Boursicot que había enviado a su hijo a una región lejana, cerca de Mongolia, para protegerle de lo que ocurría en la capital, donde los jóvenes comunistas detenían ya veces asesinaban a quien consideraban reaccionarios. Fue entonces cuando los servicios de seguridad chinos, que controlaban las embajadas occidentales, descubrieron su relación. Y, en lugar de detener a Shi, decidieron aprovecharlo. Los interrogaron y los reclutaron como espías. Boursicot obtendría documentos de la embajada y se los daría a Shi, que los entregaría a las autoridades. Si no colaboraban, amenazaban con enviar a Shi a la cárcel. A Boursicot llegaron a decirle que su hijo, inexistente, pagaría sus consecuencias. Así que traicionó a Francia, por amor.
Las autoridades chinas, satisfechas, se sumaron a la trama creada por Shi dándole el hijo que inicialmente no existía. Un niño huérfano fue bautizado como Shi Du Du y, después de unos meses, Boursicot le conoció. Por último, Boursicot volvería a Francia. Pero Beijing decidió seguir aprovechando aquella historia rocambolesca, permitiendo que años más tarde, en 1982, Shi y su hijo viajaran a París. Cuando se reencontraron, Boursicot ya había aprendido todo lo que los curas no le habían contado. Se proclamaba bisexual y, de hecho, vivía con un hombre. Ahora, seguía pensando que había tenido una amante china, convencido de que la forma en que habían hecho el amor era algo de tradiciones asiáticas exóticas. Boursicot recibió a Shi ya su hijo y les ayudó a encontrar trabajo. Y, de hecho, a mediados de los 80 Shi se hizo un hueco en los escenarios de París actuando y apareció incluso por la televisión. Todo el mundo pensaba que era una mujer hasta 1986, cuando las autoridades francesas les detuvieron a todos acusándoles de espionaje.
Boursicot defendió siempre que no descubrió que Shi era un hombre hasta el juicio, que generó un buen revuelo en Francia. Ambos fueron condenados a seis años de cárcel por pasar documentos franceses a los servicios secretos chinos, pero el presidente François Mitterrand los perdonó cuando llevaban un año encerrados. La relación ya nunca fue la misma, se alejaron. Shi Pei Pu siguió actuando en Francia, donde murió, y fue enterrado en el Cementerio del Père-Lachaise. Boursicot fue al funeral, muy serio. En la tumba, el epitafio dice "Profesor Shi Pei Pu. Escritor y artista, licenciado del Instituto Francés. Gran creyente budista". Leyéndolo, cuesta imaginar todo lo que vivió.