Un transatlántico como el Barça pide estabilidad

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Xavi junto a Lewandoski, ayer durante el partido con el Villarreal, en Barcelona

Hace apenas dos semanas el Colegio Oficial de Arquitectos de Catalunya admitía que, aunque 2023 había sido un mal año en visados de obras, al conjunto del sector le había ido muy bien el fuerte aumento en superficie visada (del 48%), gracias a grandes proyectos en Barcelona, y al frente ponía como ejemplo el Espai Barça y el nuevo Camp Nou, que conjuntamente superarán los mil millones de euros. Podemos añadir el atractivo que para el turismo supone la marca Barça: durante años el Museo del Barça fue el más visitado de Catalunya, y actualmente, aun sabiendo que no hay Camp Nou y que el sustituto es el Estadi Lluís Companys, disponer de entradas para un partido del equipo azulgrana forma parte de los objetivos de miles de los turistas que visitan el país, siendo notorio el cambio en el perfil de los asistentes a los partidos desde hace ya unos años. Aparte, la camiseta del Barça sigue siendo reconocida en prácticamente cualquier rincón del planeta.

Construcción (coyunturalmente) y turismo. Dos sectores clave (guste más o menos) de la economía catalana. Es más, el Barça cerró las cuentas de la temporada 2022-23 con unos ingresos de 1.259 millones de euros, una cifra que le permitiría formar parte, seguro, del top 20 de las empresas catalanas y acercarse al top 10.

Después, pero no con menos importancia, podemos calibrar el factor político y emocional en el peso del club azulgrana. En el ámbito histórico, por lo que ha supuesto como refugio (y consiguientemente motor) del catalanismo y el soberanismo y, ya entrados en el siglo XXI, del independentismo. Pero también afecta en el día a día de muchos ciudadanos de este país, por un sentimiento colectivo que, con mayor o menor intensidad, oscila entre la satisfacción y el desánimo en función no tanto del resultado del último partido (que también) como del funcionamiento general del club.

Por tanto, y al margen de los colores y de las filias y las fobias de cada uno, sería muy importante no banalizar la gestión de un transatlántico deportivo, económico, político y emocional como el FC Barcelona. La situación deportiva está a años luz de lo esperado (aunque no tan lejos de lo que podía ser), y la mejor prueba es que Xavi ha tenido que anunciar la renuncia cuatro meses antes “para destensar la situación y liberar a los jugadores”.

El problema es que el balón no está entrando al tiempo que el club trata de reponerse de una gestión económica (salarial, concretamente) pésima durante el mandato de Bartomeu, y que la manera elegida para reponerse, las palancas económicas, tampoco acaba de dar los frutos previstos y anunciados. Que en esta segunda etapa de Laporta ya se han ido o han sido invitados a marcharse una treintena de altos cargos (por pérdidas de confianza bidireccionales). Que ha habido un gasto de más de 300 millones de euros en fichajes que no da resultados y que la política deportiva parece ligada sólo a la disponibilidad del agente de jugadores Jorge Mendes. Todo ello es consecuencia de ir con el pie cambiado por la herencia recibida, tener que gestionar al minuto. Seguro. Pero dentro de un mes y medio hará tres años que la actual junta está al frente del club.

La ciclotimia que afecta a la dirección del club ha impregnado a los vestuarios. En el peor momento. Toca tener la cabeza fría y no dejarse llevar por un victimismo que nunca ha ayudado al Barça. Toca, en definitiva, ejercer las responsabilidades otorgadas.

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