La otra vida de Angela Lansbury
Conocida mundialmente por su papel de Jessica Fletcher, bajo esta fantástica actriz se escondía una mujer víctima de la época que le tocó vivir: desde la Segunda Guerra Mundial hasta la adicción a la heroína de sus hijos
BarcelonaLa fortuna profesional le sonrió toda la vida a Angela Lansbury, que esta semana nos dejó a los 96 años después de haber formado parte de nuestras vidas a través de la famosa, internacional, familiar y larguísima serie Se ha escrito un crimen, las 12 temporadas de la cual doblaron televisiones de todo el mundo. Pero detrás de este éxito en popularidad y de los ingresos que le comportó se escondía una mujer que no fue precisamente afortunada en todo lo que no fuera usar su talento para la interpretación. Y es que en muchas ocasiones el destino le giró la espalda.
Formada de manera autodidacta por falta de recursos, Lansbury debutó profesionalmente en Estados Unidos por culpa de una desgracia que llegó muy pronto a su vida. Su padre murió de un cáncer cuando ella tenía solo nueve años. Dedicado al comercio de madera, había dado el salto a la política para seguir los pasos de su padre, el abuelo George Lansbury, que había ocupado puestos muy altos dentro del laborismo británico y llegó a presentarse a primer ministro. Esa pérdida dejó a la familia en una mala posición económica, y cuando estalló la Segunda Guerra Mundial la madre de la actriz decidió refugiarse en el continente americano, puesto que vio que en Londres no tenían ningún futuro, y menos durante el Blitz. Entonces Lansbury tenía solo 16 años y al llegar a Canadá tuvo que buscar trabajo para salir adelante. El primer lugar donde se lo ofrecieron fue en un club nocturno, donde solo se podía entrar a partir de los 19 años, una edad que ella falseó para poder ganar un sueldo para casa. En su caso, 60 dólares semanales.
Al cabo de poco dejaron Montreal para trasladarse a Nueva York, donde las cosas no les fueron muy bien y de donde se marcharon en dirección a California. En California la madre de Lansbury –Moyna Macgill, irlandesa nacida en Belfast– intentó resucitar su carrera como actriz, parada desde que se había casado y desde que había tenido hijos, cuatro en total contando a Angela. El experimento no le salió muy bien a la madre, pero sí a la hija, que por casualidad conoció en una fiesta a John van Druten, coguionista del mítico film Gaslight, en el que ella acabó apareciendo haciendo de criada cockney gracias a su recomendación a George Cukor. Después de interpretar ese intrigante papel, Lansbury firmó un contrato con la Metro y empezó su fortuna profesional. Pero la vida le depararía todavía algunos golpes más.
Con solo 19 años se casó con su primer marido. Sin avisar en casa ni encomendarse a nadie selló oficialmente su recién estrenada relación con el actor Richard Cromwell. Pero solo nueve meses más tarde la relación fracasó cuando él la dejó a través de una nota y sin darle unas explicaciones muy consistentes. Esa situación, había explicado ella en alguna ocasión, la dejó "devastada". "Me quedé en shock cuando todo se acabó, porque no estaba preparada. Fue un gran error haberme casado tan joven", dijo en alguna ocasión después de saber que el hombre que fue su marido era homosexual. "No me arrepiento de haber estado con él, y lo siento mucho por la tristeza que le causó [la boda] en su camino...", dijo años después.
Pero los peores momentos de su vida le vinieron por sus hijos, a los que pudo criar sin ningún tipo de privación porque ya era una mujer con éxito profesional. Después de rehacer su vida sentimental con el productor Peter Shaw, Lansbury adoptó al hijo que él había tenido y tuvieron dos más, Anthony y Deidre. Criados en Malibú, estos dos niños se convirtieron en adictos a la heroína en una etapa muy prematura de la adolescencia. Era a principios de los sesenta, cuando todavía no había ninguna cultura popular sobre esta droga, sus efectos y cómo actuar cuando dominaba la vida de una persona. Así mismo lo explicó ella: "Tuve mucho miedo. Peter y yo no teníamos ni idea de lo que había estado pasando. No teníamos experiencia con las drogas. [...] No sabíamos qué significaba encontrar una pipa en un cajón. ¿Por qué lo tendríamos que saber? Y cuando lo entendimos, no sabíamos cómo ayudarlos. No había ningún experto en ese momento que pudiera dar consejos a los padres de niños de buenas familias que sufrían sobredosis de drogas. Era como una epidemia".
Pero por si no bastara con este descalabro, su hija, Deidre, entró en la Familia Manson, la secta criminal que acabó con la vida de Sharon Tate, embarazada de ocho meses, y seis personas más. Durante un tiempo, Manson y sus narcotizados seguidores ocuparon una mansión abandonada de Malibú, muy cerca de la casa donde vivía la familia Lansbury. Fue durante el periodo de drogadicción de sus hijos cuando la chica fue a la casa ocupada para comprar drogas. En ese momento se estableció su vinculación con la conocida como la Familia. De hecho, se llegó a publicar que la hija de Lansbury era miembro de la banda cuando cometieron sus célebres crímenes, conocidos como el caso Tate-LaBianca.
Pero esto no es cierto, porque cuando por algún motivo que no se ha sabido nunca del todo se le quemó la mansión de Los Angeles, Lansbury tomó la decisión de marcharse. La artista decidió hacer una parada en su carrera en un momento muy dulce para salvar las vidas de sus dos hijos y se llevó a toda la familia a la Irlanda natal de su madre. Ahí compró una casa en Cork en medio del campo donde aislarlos de cualquier mala influencia, y donde se pudieron desintoxicar. Fue su última gran guerra, después de la cual la vida le regaló los momentos más dulces, con la película La aprendiz de bruja y la serie en la que dio vida a Jessica Fletcher. Con un Oscar, un Bafta, 6 Globo de Oro y 5 Tony, Lansbury pasará a la historia como una gran actriz, pero no hay ninguna duda de que también destacó como persona, unos méritos que no siempre van en consonancia.