Pedro Vallín podría acabar sus días como Cyrano de Bergerac. Como dice su mentor, los balcones de Madrid están llenos de francotiradores, de vigas y de tiestos que pueden caer sobre una cabeza en cualquier momento. Creador de la noción periodismo de mesa camilla para retratar y ofender a dignos (y dignas) periodistas de la Corte, su inminente libro C3PO en la corte del rey Felipe. La guerra del Estado Profundo español contra la democracia liberal (Arpa ediciones) está plagado de hallazgos que aumentarán su nómina de enemigos. Me ha interesado uno en particular; el papel del 11-M en la genealogía del españolismo reaccionario que representa hoy el eje ideológico de las derechas y ultraderechas políticas y mediáticas.
En su segunda legislatura, Aznar había desaprendido el catalán que hasta no hacía mucho hablaba en la intimidad y se había declarado fan (literalmente) de Isabel de Castilla. No representaba gran novedad en la derecha reivindicar las glorias imperiales castellanas como alimento de su nacionalismo. Por eso, del mismo modo que dejaba de hablar catalán en la intimidad para hablar inglés en público, dejaba de reivindicar a Azaña para reivindicar a Isabel la Católica. Hasta aquí todo normal cuando se tiene mayoría absoluta. Pero, tras los atentados del 11-M, Aznar imprimió al nacionalismo españolista un ingrediente propio que explica muchas cosas de la evolución ideológica de la derecha hasta nuestros días.
Aquel día ocurrió algo infame. Ante el peor atentado de la historia de España, Aznar telefoneó a los principales directores de periódicos para confirmarles, contra todas las evidencias disponibles, la autoría de ETA. Aquello fue un antes y un después en el uso de la mentira como arma política de un gobierno, pero Vallín razona sobre un mecanismo mucho más sutil en la conformación del nuevo españolismo a partir de entonces. Aquel atentado pudo ser el mayor pegamento sociopolítico de la sociedad española desde la Transición; un exterior constitutivo para una comunidad política cohesionada en sus valores políticos y culturales frente a la barbarie. A la manifestación del día 12 en Madrid acudieron, de hecho, el lehendakari y el president de la Generalitat. Había una oportunidad sin precedentes. Aznar incluso hubiera podido enfrentarse al rechazo social a la guerra contra Iraq y al papel protagonista de España en la misma junto a EEUU y el Reino Unido, afirmando que los atentados yihadistas eran precisamente la confirmación de la necesidad de enfrentar al terrorismo internacional, reaccionando como lo hubieran hecho los norteamericanos, los británicos y, como comprobamos después, también los franceses.
Pero no, Aznar siguió manteniendo la versión de que ETA estaba detrás del 11-M. Y no estaba solo, buena parte del poder mediático conservador, con el liderazgo del periódico El Mundo en la prensa y Federico Jimenez Losantos en la COPE, mantuvieron la teoría de la conspiración que llegaba a incluir a sectores del Estado dirigidos por el PSOE en la operación. Losantos, el 8 de marzo de 2005, dijo desde la radio de la Conferencia Episcopal: “lo más probable es que entre Francia y Marruecos estén los organizadores de la masacre del 11-M... Ahí tienen que participar servicios secretos, eso no es una cosa de los pelanas de Lavapies y salvo que hayan sido piezas de la Guardia Civil ligadas al Partido Socialista… Tiene que haber sido Marruecos y por tanto Francia”. A partir de entonces Pilar Manjón y las víctimas del 11-M comenzaron a recibir un tratamiento vergonzoso por parte de las derechas políticas y mediáticas; parecía que las únicas víctimas del terrorismo para las derechas eran las de ETA.
Para Vallín, la apuesta política por la mentira sobre el 11-M definía ya España no solo en oposición a los nacionalismos vasco y catalán, sino en oposición también al progresismo. Revisando mi tesis doctoral, donde analizo las movilizaciones sociales de esos días, encuentro un documento audiovisual de FAES en el que, a propósito de los hechos que se producen entre el 11 y el 13 de marzo en Madrid, la fundación de Aznar denuncia literalmente “una estrategia política de la izquierda, junto a los movimientos antisistema”.
Quizá el sistema político de la Transición no empezó a cambiar con el Procés y con Podemos. Quizá fue tras el 11-M cuando la derecha empezó a hacerlo saltar por los aires.