Acuerdo UE-EE.UU.: más claudicación que blindaje

Cuando se negocia con la administración de Donald Trump, las cosas no suelen quedar completamente cerradas o claras. Es lo que ocurre a resultas del acuerdo firmado este jueves entre Bruselas y Washington para evitar una guerra comercial. De hecho, la puerta para llegar a una situación no deseada como es una batalla de barreras en el comercio no queda del todo cerrada, como solía ocurrir con la diplomacia pre-Trump. Un artículo reciente del semanario británico The Economist hablaba de Trump y de la escuela diplomática de Groucho Marx en referencia a las negociaciones con Vladimir Putin sobre la guerra en Ucrania, pero sería extensible a todos los ámbitos, como el de la política arancelaria.

El pacto con la Unión Europea (UE) se ha mantenido como verbal y sujeto a todo tipo de especulaciones, y con poca satisfacción por parte de muchos de los líderes de los países de este club, hasta ser firmado. Pero, como ha asegurado el comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, no nos encontramos ante una ley inamovible o un marco de funcionamiento que no deba cambiarse durante mucho tiempo. Esto da pie a nuevas negociaciones ya someterse a los constantes cambios de opinión de Trump, que da la impresión de que lanza las iniciativas en función de su estado de ánimo y de sus propios intereses políticos.

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Al margen de sectores importantes como el farmacéutico, el de los semiconductores o el de la madera, cubiertos con el "paraguas" de un arancel del 15%, otras industrias continuarán sujetas a la incertidumbre, como es el caso de los coches y sus componentes –aunque con un cierto compromiso de bajar–, pero con un cierto compromiso de bajar y el aluminio. Y lo mismo ocurre con los vinos y cavas, que aspiraban a quedar exentos con un arancel cero, como el corcho, los aviones y sus componentes o los medicamentos genéricos.

Además, como ya se anunció en julio, Europa se verá forzada a comprar 700.000 millones de euros en productos energéticos en EEUU y 40.000 millones en semiconductores, ya realizar inversiones en diferentes sectores por valor de 550.000 millones. Cuando se firman acuerdos, normalmente suelen encontrarse puntos de equilibrio: una parte renuncia a algunos de sus objetivos y la otra también, porque el objetivo esencial es conseguir un pacto con el que las dos o más partes se sientan cómodas.

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En este caso, además de no acabar del todo con la incertidumbre para determinados sectores e industrias del Viejo Continente, da la impresión de que hay un ganador que impone sus tesis y otro que las acepta, no en un 100% pero sí en un porcentaje elevado. Muy distinto al caso de China, que fue favorecida con una nueva prórroga hasta noviembre. Sea por tener más poder económico para contar con una mayor habilidad negociadora, capaz de frenar las propuestas –muchas veces más bien extorsiones de Trump–, Pekín mantiene el pulso frente a EEUU. Europa, por su parte, da imagen de debilidad, al disponer de una sola voz pero más desafinada que la china, ya consecuencia de ello el acuerdo tiene mayor aspecto de claudicación que de blindaje contra una guerra comercial.