Adiós a García-Castellón

Siguiendo la tradición hispánica de dejar que de los tiranos se encargue el tiempo, el juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón ha llegado al final de su lamentable carrera: a base de cumplir años le ha llegado, inexorablemente, la jubilación.

¿Es correcto calificar de tirano a un juez? Sí, si el juez en cuestión pervierte el poder que representa hasta convertirse en la segunda definición de la palabra tirano que da el DIEC: "Persona que ejerce una autoridad opresiva". García-Castellón ha sido un caso extraordinariamente representativo de lo que conocemos como judicialización de la política, la infección autoritaria más grave que sufre la democracia española. Si la justicia actúa de parte, con el propósito evidente no solo de favorecer unos intereses políticos concretos, sino también de hundir literalmente en el descrédito y la miseria a aquellos que defienden otros intereses, entonces el estado de derecho fracasa.

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En Catalunya, García-Castellón ha sido conocido sobre todo como azote y martillo de herejes independentistas, por vías no ya heterodoxas, sino contrarias al derecho, como han repetido en multitud de ocasiones los Martín Pallín, Pérez Royo, Joaquín Urías y otras voces progresistas que intentan poner rigor al mundo magmático, y predominantemente ultranacionalista y reaccionario, de la magistratura española. Ha llegado a ser un juez conocido por cómo retorcía no ya la palabra y el espíritu de las leyes, sino también la realidad misma: las instrucciones de sus casos más famosos, como las que inventó (es la palabra exacta) contra los CDR y contra Tsunami Democràtic, causan estupor y vergüenza ajena. Le era igual atribuir a una protesta en el aeropuerto la muerte de un viajero francés que en realidad había sufrido un infarto, que cursar acusaciones falsas de terrorismo contra todos sus enemigos políticos, a los que sumía en un barro judicial del que solo han podido salir con una ley de amnistía. Y aún no todos, porque la amnistía sigue siendo obstruida, pospuesta o directamente negada por jueces patrióticos como García-Castellón, que siempre se posicionó monolíticamente en contra.

Nuestro protagonista también persiguió con saña a Podemos y a quien fue su líder, Pablo Iglesias, con acusaciones igualmente falsas. En cambio, ha hecho, con el tiempo, una larguísima lista de favores al Partido Popular: desde exonerar a Esperanza Aguirre del caso Púnica hasta evitar que María Dolores de Cospedal fuera acusada por su implicación en el caso Bárcenas, pasando por hacer salir de prisión al expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González, archivar (dos veces) la causa contra el expresidente de Murcia Pedro Antonio Sánchez, negarse a investigar la relación entre dos individuos como Inda y Villarejo, entre otros muchos episodios igualmente oscuros. Por todo esto nunca fue perseguido ni castigado; sí fue premiado con ascensos y destinos a París o a Roma, pese a su incapacidad para expresarse en ningún idioma que no sea el castellano. Y bueno, ha llegado a la edad y se jubila. Y esto es todo.