Cuando aflora la verdad incómoda

1. Declive. Íñigo Errejón, con una nota cargada de eufemismos que no han impedido que aflorara de inmediato la siniestra historia que encubrían, ha caído sobre los herederos del 15-M como una bomba. Se podría decir que es el enésimo episodio autodestructivo del destino de aquellos que se anuncian como redentores del país, hacen bandera de sus referentes ideológicos siguiendo el modelo sacerdotal, es decir, de división entre los buenos (nosotros) y los malos (los demás), y se estrellan cuando la foto de los redentores comienza a diluirse en la psicología de las pequeñas diferencias, en la que cada uno de los líderes quiere demostrar que él es el único auténtico. Pero este caso llega a un espacio fracturado, que se desdibuja todos los días, y es especialmente notorio porque su protagonista, con su rivalidad con Pablo Iglesias, ha marcado esta pequeña historia y ahora emerge el acoso sexual en un partido que pretendía ser vanguardia del feminismo.

En los momentos de euforia inicial, bajo los efectos del impacto de quienes dicen representar los valores que los partidos tradicionales traicionan, todo va de cara: las encuestas se disparan, la novedad genera expectativas. Pero poco a poco llega la hora de pasar de las palabras a los hechos, de articular las ideas puestas sobre el papel con las contradicciones de la realidad y comienzan a surgir las dudas, las divagaciones y la rivalidad (los que hablando en nombre del pueblo a menudo son egos más vulnerables de lo que aparentan) y estalla la psicología de las pequeñas diferencias. La fiesta se hace vulgar. El desencanto va calando, y comienzan las deserciones de quienes prefieren seguir en el espectáculo por libre: modelo Pablo Iglesias. El declive está en marcha: Podemos y Sumar son ahora las encarnaciones prosaicas de la regresión que siguió en la revuelta. Y de repente emerge la cara oscura.

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Los grupos a la izquierda del PSOE llevan tiempo en esta dinámica autodestructiva, cada vez más encogidos. Es la descomposición por la vía de los personalismos y el alejamiento de la realidad. Y en estas circunstancias, la depresión y la frustración se hacen cuerpo, desmontando la mitología progresista que era la fuente de legitimidad. Y más cuando emergen las malas noticias: comportamientos que manchan sus banderas y que generan sensación de impostura. La figura del presunto feminista agresor es demoledora.

2. Doble cara. Uno de los líderes –aparentemente el más aplicado– pone en evidencia con su comportamiento que el machismo es algo universal que reencontramos en cualquier espacio de la sociedad. Y que quienes hacen bandera del feminismo y del combate contra el hegemonismo masculino también pueden estar concernidos. Queda mucho para librarse de un mal –una forma de dominación criminal– que está profundamente integrada en las estructuras de poder y en las ideologías que todavía hoy dominan el mundo. Y claro: aquellos que eran vanguardia en esta línea deben bajar la cabeza. Lo tenían en casa, ¿no quiso verse? Los tabúes instalados en la sociedad son difíciles de desmontar, porque las relaciones de dominación no se cambian en tres días, y los más revolucionarios se olvidan cuando se ven en el centro de la escena. Los electores que acompañaron lo que debía ser una revolución de género lo viven con frustración y dolor y sus adversarios se rasgan las vestiduras. Y todos los que creímos, como yo mismo, que Errejón era el sensato del grupo nos quedamos asombrados. El machismo tiene espacio también entre quienes dicen combatirlo.

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Errejón debe asumir las responsabilidades que le tocan y la justicia debe hacer su camino. Y el caso debe servir para reafirmar la atención a un problema respecto al que todavía son muchos los que echan tierra encima. Sumar y compañía, evidentemente, deben afrontar su desautorización: ¿por qué nadie lo paró? Las palabras de Rita Maestre: “Un buen novio era a la vez un misógino que volvía después de agredir a una mujer de veinte años”, tienen una profundidad que debería marcar el debate: la doble cara forma parte de la condición humana.

¿Lo sabían, la gente de Sumar y afines? Es muy humano no ver lo que no quiere verse. Pero no vale como excusa. Como tampoco vale la politiquería barata, como ya ha empezado a hacer Feijóo, capaz de apuntar a otros pero siempre incapaz de afrontar los problemas. ¿Qué es lo que hace posible una historia como esta? Sumar carga con el pecado de soberbia –tenía al enemigo en casa y no quería verlo– pero quienes intentan sacar rendimiento de la vergüenza lo hacen todo menos contribuir a afrontar el problema de fondo, que a ellos no se les hace visible porque ni siquiera lo tienen en la agenda.

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