Agrietados

Este fin de semana, después de escuchar la entrevista de Roger Escapa en Montse Venturós, ex alcaldesa de Berga, y de leer casi de un tirón el libro La grieta republicana, de los periodistas Adrià Santasusagna y Bernat Vilaró, he entendido hasta qué punto el factor humano tiene un peso decisivo también en el mundo de la política y, por tanto, en la historia de un país.

Que el fracaso del proceso independentista nos pasaría factura como país era y es una obviedad. Que deberíamos dejar pasar unos años para mirarnos con algo de perspectiva, también. A menudo me han preguntado con extrañeza por qué la literatura catalana no ha incorporado esta herida y siempre he contestado que la herida todavía está abierta, que estamos aturdidos, que el trauma no nos permite ni hablar de ello. Francesc Serés es uno de los pocos que se han atrevido, a La mentira más bonita. Pero siempre me refería a la sociedad: un país que tiene un anhelo y se moviliza para conseguirlo, que vive unos años de esfuerzo y esperanza, y que finalmente debe asumir el fracaso y analizar sus causas y quizás los culpables. Tampoco podemos menospreciar el impacto que esta experiencia ha provocado en la población que ni pertenece ni siquiera sintió cercano al colectivo independentista; estamos viendo sus consecuencias.

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Pero con la entrevista y el libro que citaba al empezar he visto claramente que, además de la frustración política, el país ha vivido –está viviendo– la suma y la mezcla de cientos o miles de heridas personales, de traumas íntimos, que han dejado una señal que costará borrar.

La que fue alcaldesa de Berga del 2015 al 2021, Montse Venturós, cuatro años después de que una depresión le apartara de la primera línea política, se ha explicado en el programa El suplemento de Cataluña Radio. Explicó las secuelas emocionales y físicas de la depresión y confesó: "Nunca perdonaré que no culmináramos la independencia".

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La impotencia, el desengaño, el miedo y la angustia que provocan la represión también están presentes en el libro que explica cómo se resquebrajó un partido como Esquerra Republicana, que tiene un peso tan relevante en la historia de Catalunya. Sus dirigentes, más allá de la simpatía o rechazo que nos provoquen, aparecen a menudo como personas vulnerables, desconcertadas y heridas.

No cuesta nada imaginar que en todo el país hay tantísimas personas a las que el Proceso –el fracaso del Proceso– ha dejado tocadas. Cada uno ha elegido la manera de superar ese momento bajo, ya sea alejándose de la política, buscando culpables o manteniendo esforzadamente una llama que no quieren en modo alguno que acabe apagándose.

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Me da la sensación de que, al vernos lamiéndonos las heridas, muchos observadores pueden equivocarse y, quizá mezclando deseos con análisis político, dar por hecho que la vocación independentista de Catalunya, como si fuera una fiebre tratada con antitérmicos, ha terminado.

Pero yo hace tiempo que aprendí que las heridas –las físicas y las emocionales–, para curarse, necesitan su tiempo. Dicen que en Quebec, después de los dos referendos, quedaron vacunados contra las tentaciones separatistas, pero os recuerdo que, en su escudo, el lema escrito es "Je me souviens". Me acuerdo. Nos acordamos.