El presidente Pere Aragonès mirando su móvil.
20/01/2024
3 min

ERC ha hecho bien en anunciar que Pere Aragonès será candidato a la reelección en las elecciones del 2025. El perfil discreto del presidente y la alargada sombra de Oriol Junqueras estaban empezando a alimentar un debate que seguramente habría sido un obstáculo –otro – en este tramo final de legislatura. Cabe decir que Junqueras ha hecho un ejercicio de responsabilidad, porque su ascendencia sobre las bases es muy alta (suficientemente para provocar un debate interno) y porque, como es comprensible, tiene muchas ganas de ponerse a prueba ante las urnas y recuperar lo que los jueces españoles le arrebataron. Para el partido tampoco era una decisión fácil porque, mientras Junqueras simboliza la épica del 1 de Octubre, Aragonès es el hombre de la vuelta a la institucionalidad, la cordura y la gestión. Y como muy bien escribía ayer David Miró, el hecho de que Aragonès no sea un presidente “demonizado” por la derecha española puede restarle opciones, especialmente ahora, con el renovado protagonismo de Puigdemont en la arena política española.

Es habitual que los candidatos busquen la confrontación cuando las elecciones se avecinan. Aragonés todavía no puede hacerlo. Ahora le toca consolidar el buen entendimiento con el PSC en el Parlament y en Madrid (y quizá en Barcelona) para sobrevivir a la minoría parlamentaria. Pero con las encuestas en contra, un gobierno no le basta con la inercia: debe tomar la iniciativa. Sacudir el tablero. Y sólo hay tres formas de hacerlo: o pactando en Madrid un salto adelante del autogobierno o presentando un plan con dos o tres medidas estelares (en el ámbito autonómico, de cosas estelares pocas), o bien haciendo un cambio de gobierno para reforzar a los dirigentes más capacitados para nutrir su gestión con un relato político. La comunicación es uno de los déficits de este gobierno. Son pocos los consejeros que se escuchan cuando hablan de política (Joan Ignasi Elena, para mí, es el ejemplo más destacado).

En cuanto a las medidas estelares, sólo leyendo los periódicos ya se ve que hay cinco ámbitos que preocupan especialmente al electorado: la educación, el catalán, el cambio climático, la desigualdad social y las infraestructuras de transporte. Si el gobierno lidera el debate público en estos ámbitos, tendrá más munición cuando llegue la hora de jugarse las algarrobas. Y en el tablero de juego de Madrid, la próxima meta volante no es el referendo, sino la financiación (la gestión de los impuestos y la corrección del déficit fiscal). En este ámbito, ERC y Junts tienen mucho margen de coincidencia, y estaría bien que la exploraran, aunque después negocien con el PSOE por separado, algo previsible también por el contexto preelectoral.

Está por ver si Pere Aragonès podrá traicionar su talante repuesto para buscar el cuerpo a cuerpo con sus rivales, pero quizá se vea obligado a ello si la fecha electoral se le echa encima y Salvador Illa sigue encabezando las encuestas. De hecho, ERC –como Junts– tiene argumentos para atacar a Isla. Han sido ellos, los partidos soberanistas, quienes han hecho que el PSOE se mueva. En cambio, los socialistas catalanes no se apartan ni un milímetro de la línea que marca Ferraz, y esa falta de relato propio, de proyecto propio para Catalunya, es lo que históricamente ha apartado al PSC de la Generalitat. Sólo la fuerte personalidad de Pasqual Maragall permitió cambiar esta dinámica, pero después del Proceso parece imposible que el socialismo catalán viva un rebrote catalanista. En los años ochenta y noventa, en plena ola felipista, Pujol conquistó a la Generalitat porque los votantes catalanes no querían que su gobierno tuviera un presidente subordinado. Éste es el prejuicio contra el que deberá luchar Salvador Illa. Y ese es el gran argumento que Aragonés utilizará contra él.

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