Amnistías y minorías en extinción

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Pedro Sánchez en la Asamblea General de la ONU el 21 de septiembre.

Pedro Sánchez dio el miércoles oficialmente por abierta la negociación de la amnistía, mientras Oriol Junqueras insistía en darla por hecha, como contrapartida para la configuración de la mesa del Congreso. De este modo, Junqueras presiona a Sánchez y al mismo tiempo reclama para ERC la medalla de la amnistía, que estará muy disputada, para ponerla en la colección de los republicanos junto con la de los indultos y la de la reforma del Código Penal. Pero esta vez Junts han decidido pasar del bloqueo a la negociación y quieren demostrar que, cuando se ponen, ellos son los que más y mejor negocian con el Estado. O con el gobierno español, aunque sea en funciones. Bien, con este argumento se pelearán previsiblemente los partidos independentistas en los próximos meses.

La bronca, para no variar, le irá más que bien al susodicho Pedro Sánchez, que más o menos puede presumir de tener tomada la medida a los independentistas catalanes. El presidente español aprovechó un lugar neutral, y a la vez simbólico, como por ejemplo la Asamblea General de las Naciones Unidas, para anunciar su disposición a conceder la amnistía, que él sitúa dentro de su “política de normalización y estabilización de la situación política en Catalunya”. Y subrayó: "Y con esto ya digo mucho". En efecto, el argumento de que, bajo su mandato, el conflicto entre Catalunya y España ha entrado en una fase de diálogo, y no de confrontación como ocurrió con los gobiernos del PP, es bien recibido por los votantes: en las elecciones generales del 23 de julio el PSOE, aunque no fuese ganador, obtuvo sus mejores resultados en mucho tiempo. Y la mayoría progresista, que incluye a los independentistas, es más numerosa que la suma del PP y Vox, aunque el PP sí ganara, por un margen estrecho, los comicios. Incluso es una mayoría más sólida: a pesar de que la derecha insista en hablar del Frankenstein de Sánchez, la suma de partidos de izquierdas e independentistas no es tan inestable, por lo que estamos viendo, como las turbulentas relaciones del PP con la ultraderecha de Vox.

Hablando de Vox, la dupla Felipe González - Alfonso Guerra ofreció un tenebroso espectáculo que no desentonaría dentro de las exhortaciones patrioteras del partido de Santiago Abascal. Casi al mismo tiempo que Pedro Sánchez hacía su movimiento a favor de la amnistía, los dos ex gobernantes aprovechaban la presentación de un libro (!) de Alfonso Guerra para embestir sin miramientos contra todo lo que se movía. El rosario de perlas fue abundante y viscoso, pero han quedado en lo alto del ranking una de cada: “No debemos ceder al chantaje de minorías en extinción” (González) y “Los niños en Catalunya no pueden hablar en castellano en los patios de las escuelas, hay inspectores que se lo impiden”. Supremacismo, mentiras (calumnias contra la escuela catalana, de hecho) y ultranacionalismo. Ha pasado más desapercibido el escupitajo de González contra Yolanda Díaz, no menos venenoso: “Esa que ahora nos da clases de cómo hacer política”. La vanidad pesa tanto como la unidad de España.

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