Soldados ucranianos en las callereteras de Lipsy, cerca del frente con Rusia.
11/03/2025
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1. Moda bélica. Ahora toca hablar de armamento. Es el último grito de la política europea. Y la presidenta Von der Leyen exhibe una propuesta de financiación para comprar armas de 800.000 millones con un orgullo insólito. Es lógico que Europa se arme en el momento actual en el que no es paranoia creer que existe una confluencia ruso-americana para estrujar el espacio incómodo que existe entre las dos potencias (y con China al acecho). Les molestamos, y deberíamos alegrarnos, porque quiere decir que somos alguien. Y, al mismo tiempo, debemos ser capaces de crear consensos entre nosotros para avanzar, es decir, para demostrar cómo, a pesar de una pluralidad de doctrinas, la convergencia sobre las prioridades de un momento es posible. Pero eso requiere una grandeza política que va escasa entre un personal político que demasiado a menudo no va mucho más allá del rifirrafe de cara a las redes.

El entorno de Trump –los neooligarcas que le sustentan (el presidente pasará y ellos seguirán)– nos desprecia. Armarse puede ser necesario para hacerse respetar. Aunque las relaciones de fuerzas sean desiguales, subir el listón es una forma de poner límites. Pero lo que no puede pretenderse es que el rearme de Europa sea un gran ideal compartido por todas las naciones y los ciudadanos que las habitan. Y el comportamiento de algunos, con el inefable Macron en primera línea, podría hacerlo parecer. No es con armas que nos haremos respetar. Las armas deben estar al servicio de un objetivo claro: un proyecto para Europa que está lastrado por los recelos y un cierto corporativismo.

Peor aún, la huida bélica adelante podría, al final del camino, conducir a una acomodación a los objetivos de fondo del noviazgo entre Putin y Trump para diluir la enemistad estructural que debería separarlos. El autoritarismo postdemocrático es el punto de encuentro. Y se trata de arrastrar a Europa o dejarla como una reliquia, memoria de un pasado –las democracias liberales– que ellos querrían condenar a un rincón de la historia. Y de hecho, poner la atención en las armas es la ley de ambos presidentes en fase nihilista. Al servicio de un objetivo concreto: la implantación de un neocapitalismo autoritario, basado en la debilitación de las democracias, a las que, desde orígenes y tradiciones diferentes, tienen declarada la guerra.

Mira Ucrania, mira el ojo de Trump puesto en Groenlandia y Canadá. Las diferencias en el seno de Europa, los movimientos de personajes movidos como Macron o Meloni, aumentan las sospechas sobre esta realidad. El encuentro entre Macron y Trump es el modelo del cinismo de la retórica corporal llevado al límite. ¿Macrono en fase de mutación binaria? Si no fuera porque su imagen está bien gastada en Francia, sería para hacérselo mirar.

2. Futuro incierto. ¿Por qué nos armamos? ¿Para defender nuestra singularidad o para allanar el camino a la nueva versión autoritaria del capitalismo que viene? Ésta es la interpelación que debería llegar a las autoridades europeas que nos abruman con su autosatisfacción porque los países van claudicando y se apuntan al gasto militar sin demasiadas consideraciones. Es lo que debe hacerse, dicen. El propio Sánchez sigue el juego, con perfil más bajo que otros, sin saber decir demasiado por qué. No es casual que todo coincida en un momento de desdibujo de las socialdemocracias y de radicalización, lenta pero segura, de las derechas liberales, con las derechas autoritarias ocupando cada vez más espacio. Nos armamos para defender a Europa, pero la extrema derecha está más cerca que nunca del poder en Francia y todos sabemos que si un día, en España, gobierna el PP, será con Vox, que poco a poco va capitalizando la fronde bélica del momento.

Armarse para defendernos, es decir, para mantener con fundamento la reputación –cada vez menos evidente– de Europa como reducto de la democracia, amenazada incluso en Estados Unidos por la teotecnocracia, sólo tiene sentido si se ofrece a los ciudadanos un nuevo compromiso que dé perspectiva a las nuevas generaciones. Porque cuesta entender que sea fácil encontrar dinero para los ejércitos y que cueste tanto financiar el bienestar. Algo ocurre en los equilibrios de valores que habían fundamentado el orgullo europeo. Me parece que no por estar más armados estaremos mejor. Ni siquiera más seguros. En todo caso habremos entrado en el juego de quienes hacen del armamento el horizonte ideológico del momento para que algunos puedan seguir mandando impunemente. Sería bueno que nuestros dirigentes nos explicaran claramente qué protegen armándonos. No sea que acabemos descubriendo que con este gesto aparentemente de emancipación hay más de aceptación delstatu quo que otra cosa.

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