La autodeterminación de los demás
Se ha escrito lo suficiente (y se ha utilizado para sacar legitimidad a causas justas) sobre el papel galdoso que desempeñaron algunas minorías nacionales, naciones sin estado e incluso naciones recientemente independizadas durante el ascenso del nazismo y del fascismo al poder, en los años treinta del siglo pasado. Pronto cumplirá cien años, todo sea dicho en un pequeño aparte. Si entonces los flamencos hubiesen disfrutado de sus derechos nacionales, probablemente nadie habría tenido la tentación de caer en las garras de un Hitler que, sabiendo la situación de esta nación sin estado, hizo por utilizarla contra el reino de Bélgica. Si Irlanda no hubiera sufrido siglos de dominación británica, seguramente habría actuado de otra forma durante la Segunda Guerra Mundial. Si las minorías oprimidas por determinados estados no hubieran oído esta opresión, el nazismo no habría podido presentarse, de ninguna manera, como un potencial valedor.
Hoy, en buena parte de la prensa occidental, se hacen alegremente comparaciones entre el nazismo y el actual gobierno israelí. No entraré en este desenfreno conceptual (tengo a mis lectores en gran estima y considero que poseen la capacidad de pensar por sí mismos), pero sí que comentaré un episodio que me ha logrado desasosegar en suficiente medida.
Déjeme decir algo para ponerse en antecedentes. En Oriente Medio hay varias naciones sin estado, minorías étnicas (nacionales), religiosas, etc. Por circunstancias de la vida, he tenido conocimiento directo de algunas de estas naciones sin estado/minorías religiosas. Años ha, hice dos informes para una agencia europea de cooperación internacional, sobre el Kurdistán turco (capital Amed, en turco Diyarbakır) y sobre el Kurdistán iraquí (capital Erbil). Y, a la hora de realizar estas tareas, tuve también ocasión de entrevistar a personas de una minoría religiosa significativa, que en otro tiempo había sido mayoría: los cristianos. He tenido trato también con gente de la minoría drusa del Líbano, con cristianos libaneses y palestinos (de Cisjordania), con jazidíes iraquíes, y con alguno más que deja de lado.
Escribo estas consideraciones después de haber leído un artículo, en un medio catalán y partidario de la autodeterminación de los pueblos, en el que se criticaba el hecho de que representantes de dichas minorías del Levante se hayan reunido en Tel-Aviv para discutir sobre su situación, en una reunión que ha contado con el apoyo del gobierno.
El argumento de quien firma el artículo en cuestión, Eugeni García Gascón, es que los israelíes utilizan la estrategia del imperialismo de siempre: reforzar a las minorías en contra de sus actuales estados. Así, apoyar a los kurdos bajo soberanía siria vendría a ser una estrategia imperialista para impedir que el gobierno de Siria pueda gobernar, efectivamente, sobre todo el territorio que se supone que le corresponde. Del mismo modo, apoyar a los drusos sería debilitar Líbano; ayudar a los cristianos en Irak sería debilitar a la nación iraquí; y pleitear por los jazidíes del Kurdistán meridional sería poco más que ponerse la casaca del Tío Sam para acabar de hundir al estado iraquí.
Nadie se mira la cosa desde el punto de vista de las minorías y de quien les pueda dar (o dejar de apoyar). Ante el abandono de todos, el pueblo que fue víctima del primer gran genocidio del siglo XX, los armenios, ¿en quién puede confiar? ¿Y los kurdos, especialmente los kurdos sirios? Turquía, la Unión Europea y la comunidad internacional en peso apoyan a un gobierno de Siria que les deja en la situación de dominación (colonial, por otra parte) de siempre. ¿Quiénes tienen, las valientes mujeres de Rojava, en el Kurdistán bajo dominación siria, que les pueda brindar algún tipo de apoyo? ¡Y no digamos ya las minorías más minoritarias, como los cristianos de Irak o algunas de las minorías del Líbano!
Si Europa apostara por la autodeterminación del Kurdistán, si Europa hiciera manos y mangas para garantizar los derechos de las minorías en el Levante, toda esta buena gente tendría algún lugar más, además de Tel-Aviv, para reunirse y trabajar conjuntamente por sus más que justas reivindicaciones. Pero la Unión Europea es un paquidermo que sólo apuesta por los estados (aún no se ha deshecho de la huella napoleónica que arrastra), cada estado europeo pone la estatidad por encima de la justicia y los derechos humanos, y la intelectualidad occidental, tanto de derechas como de izquierdas, tiene más fe en la razón de estado que no en la razón de estado. Tildar de estrategia colonialista el trabajo a favor de las naciones sin estado y de las minorías religiosas sólo puede entenderse atendiendo a todo ese desbarajuste.