

–Mamá, mamá, en el colegio me llaman "autónomo".
–¿Y por qué, hijo?
–Porque, aunque esté enfermo, también tengo que ir a clase.
Muchos chistes de autónomos hacen referencia a que nunca se ponen enfermos. El Observatorio de la PYME de Catalunya, de PIMEC, publicó un estudio el pasado año en el que demostraba que los autónomos cogen casi cinco veces menos la baja que los trabajadores. Cuando cogen la baja, es más larga: 82,2 días de media.
Es decir, si cogen la baja es porque el asunto es grave y va para largo.
Aquí hay dos lecturas. La primera, que el trabajador por cuenta ajena actúa de forma más ligera para no ir a trabajar. No estoy de acuerdo. Por supuesto, siempre hay aprovechados, pero son una minoría, y de todo hay en la viña del Señor.
Mi explicación es otra: la gran diferencia se debe a varias razones estructurales y económicas que afectan a cada grupo de forma diferente. Las condiciones laborales y la cobertura de cada régimen influyen en la decisión de solicitar una incapacidad temporal. Los trabajadores por cuenta ajena tendrán sus aportaciones a la Seguridad Social definidas en función del salario. En los autónomos es distinto. Hasta hace poco tiempo, dado que la base reguladora del autónomo era de libre elección, se cotizaba por lo mínimo. Dado que la prestación está relacionada con la base reguladora y los autónomos tratan de cotizar el mínimo porque el coste va a su bolsillo, en un día de baja pueden obtener entre veinte y treinta euros. Y de eso no se vive.
Por otro lado, para un autónomo, enfermar puede significar una pérdida de ingresos inmediata, lo que muchas veces los obliga a trabajar incluso cuando no están en condiciones. Sin embargo, un trabajador está apoyado por una organización, pública o privada, que le permite mantener su salario mientras se recupera.
Se produce aquí una lesiva diferencia social. Si bien tanto autónomos como asalariados pueden verse en situaciones complicadas cuando enferman, a los trabajadores el sistema les permite centrarse en su recuperación sin preocuparse tanto por el impacto económico inmediato. En cambio, los autónomos deben a menudo castigar o no proteger su salud por la necesidad de mantener su actividad económica.
Y ahí viene entonces la pregunta: quien trabaja por cuenta propia asume un riesgo económico –que no le vaya bien–; ahora bien, ¿es justo que a ese riesgo se añada el riesgo derivado de una enfermedad?
En un estado de coberturas sociales universales, ¿no estamos ante una desigualdad por razón de condición laboral?