Avísanos cuando lleguen los bomberos
Lo vio la vecina de al lado. En un pino había unas avispas que estaban construyendo un avispero. Normalmente, quien se encuentra tres o cuatro celdas hechas de barro —eso parece, porque tienen el color de la tierra— debajo de una piedra, en la fachada o en un trozo de madera vieja, lo que hace es, como puede , quitarlo. Pero éste estaba muy arriba.
Al día siguiente por la mañana el avispero ya era el doble de gordo, las avispas trabajaban a muy buen ritmo, y por la noche era como una pelota de fútbol. Pensando en el peligro, todos los habitantes de las casas de alrededor llamaron al Ayuntamiento —pero es un ayuntamiento pequeño y en agosto hay poco personal—, a los bomberos, que dijeron que irían cuando podrían, y en el 112, que dijeron que avisarían a los bomberos.
Han pasado varios días. El avispero ya es, ahora, como un saco de boxeo. Puede ocurrir que los de la casa de turismo rural que sí admite grupos y deja hacer fiestas paseen por allí del todo colmillos de lúpulo —lo digo así por no decir “borrachos de cerveza”— y le tiren una chancleta de esas que les caen cada dos por tres cuando deambulan entre la ruralidad, o bien que le tiren la botella vacía de litro que suele acompañarles en las torcidas paseos. Entonces tendremos un disgusto, porque las avispas no distinguen entre la carne de guiri y la de autóctono. Abejas se ven pocas. De avispas asiáticas, alguna. Cada vez más.
Desde hace días, todo el vecindario espera la llegada de este cuerpo salvador: el de los bomberos. El vecino de abajo dice que le han dicho que dicen que hay muchas avispas en muchos sitios y que los bomberos han tenido que pedir el veneno. La de arriba, que le han dicho que el veneno ya le han puesto. Si es así, por favor, ¿por qué no avisaban? Queremos estar en primera fila si estamos vivos cuando lleguen.