Barcelona, el turismo y la fiscalidad

Era una previsión generalizada, y los datos que van saliendo la afianzan. Sumando julio y agosto, pasaron por el aeropuerto de El Prat un 8,9% más de pasajeros que en el mismo período del año pasado. También julio y agosto pasaron un 5% más de cruceristas por el puerto de Barcelona. Cada vez está más claro que Barcelona superará este año su récord absoluto de turistas. El sector se siente fuerte en este sentido, y más después de que el Govern, en boca del presidente, Salvador Illa, se haya comprometido a “mejorar” el aeropuerto de El Prat. Sea con ampliación de la infraestructura o sin ella, esta mejora seguro que implica poder recibir más pasajeros y en mejores condiciones.

El contexto implica superar finalmente la sacudida de la pandemia, y esto es una noticia más que notable para el motor de la economía catalana que más crece desde hace décadas. Pero también implica seguir flirteando con el límite en la capacidad de la capital del país tanto para absorber a turistas como para seguir modificando su urbanismo, su movilidad o sus tejidos comercial, hotelero y de la restauración para adaptarse y hacer negocio.

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En este sentido, el Ayuntamiento de Barcelona ha iniciado el camino de exprimir las opciones fiscales de que dispone para evitar que el coste, y particularmente la percepción de coste, del turismo no quede suficientemente compensado por los ingresos. Por exprimir debemos entender que el recargo municipal sobre la tasa turística (que es de la Generalitat) pueda pasar de 4 euros a 4,5 euros, pero modulable en función de si es temporada alta o no; que el IBI barcelonés en los inmuebles de características especiales, principalmente edificaciones portuarias, se equipare al IBI que el Puerto paga en El Prat de Llobregat por la parte de la instalación que tributa; o que el IBI en los hoteles de lujo aumente un 0,08%.

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En realidad, el margen de actuación (y, por tanto, de negociación) es amplio. Por ejemplo, desde 2020 ha publicado un estudio, del Instituto de Economía de Barcelona y la propia Universidad de Barcelona, ​​que sostiene que el impacto neto del turismo sobre el presupuesto municipal no lo cubre ni de largo lo que recauda el Ayuntamiento a través de su recargo sobre la tasa turística.

Es evidente que la aportación del sector no se mide sólo con la tasa turística, porque hay otros impuestos que satisface, pero del mismo modo no se puede valorar el turismo por el dinero que deja sin tener en cuenta el que hace gastar.

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Tampoco se puede hablar de “asfixia” cuando ni la aparición de la tasa turística ni los recargos han frenado las pernoctaciones, cuando el precio medio de una habitación en Barcelona este verano ha sido un 30% más caro que el verano de 2019, el último antes de la pandemia, y cuando estamos a punto de batir récords de visitantes. Asimismo, el sector turístico lamenta que sea “una fuente constante de financiación para las administraciones”, cuando este hecho no deja de ser una consecuencia de haberse convertido en uno de los grandes motores de la economía del país. Lo que debe abrirse es un diálogo entre las partes desde la asunción de realidades y, particularmente, con mucho respeto por los ciudadanos.