Buscar el excelente
El Sistema Integrado de Información Universitaria (SIIU) publica las cifras de las notas de los alumnos al finalizar el bachillerato en todo el Estado. Desde 2015 hasta 2023, el número de alumnos catalanes que terminan el bachillerato con una nota de excelente –una media de entre un 9 y un 10– ha aumentado cuatro puntos. Cataluña es una de las tres comunidades que menos excelentes ponen a los alumnos, junto con Navarra y las Islas Baleares. Este dato forma parte de una estadística a interpretar. ¿Quiere decir que en Catalunya se ponen pocos excelentes en relación con otras comunidades porque los profesores son más exigentes?
Me gustaría poner en contexto la cuestión de las notas, ir de la cifra a la experiencia. En primer lugar, una cosa es calificar, otra evaluar y otra formarse adecuadamente. A veces la calificación numérica es alta porque el estudiante ha entendido bien lo que pide el profesor y ha estudiado mucho. Quizás porque la prueba era fácil y el destino clemente. Por otra parte, la evaluación tiene lugar en el proceso formativo y no necesariamente debe ser numérica. Por último, el deseo de saber y el valor intrínseco del contenido formativo para la vida no pueden reducirse a un número, aunque el cálculo sea estadísticamente muy útil.
Las notas no deben ser arbitrarias. Sin embargo, hay profesores que puntúan al alza y otros que puntúan a la baja. Por eso se diseñan las "rúbricas de evaluación", una forma de visibilizar y compartir criterios que todo el mundo pueda entender. Sea como fuere, dado que los profesores son diferentes y son personas, en la práctica no hay dos excelentes iguales. Aunque la estadística los equipare, un excelente de un mal profesor no es comparable al de un buen profesor (aquí no podemos entrar en quien es bueno y quien no).
En un original artículo de prensa, el escritor argentino César Aira explicó el sistema de evaluación del pintor chileno Adolfo Couve. Consistía en preguntar al estudiante: ¿usted sabe? Si contestaba que sí, aprobaba. Si contestaba que no, debía repetir curso. Esta anécdota socarrona en realidad señala una verdad: lo que está en juego es la relación con el saber que se imparte, cómo impacta y atraviesa los estudiantes (y los profesores), de qué manera se incorpora en un porvenir con los demás. Como un sí o un no.
Las notas son una cabria. Me comentaba una compañera que la generación del "progresa adecuadamente, necesita mejorar" tiene una auténtica obsesión (ya veces un cierto pánico) por el número de la calificación final. El parámetro que separa el 1 del 10 hace que el estudiante se juegue su imagen hasta un punto absoluto, a veces imposible aceptar. Del mismo modo que en las redes sociales les likes dan consistencia a su ser, que quien te atiende por teléfono pide que contestes la encuesta de calidad, el juicio de las notas mortifica a los jóvenes. Se les hace difícil entender que nadie es perfecto, asumir el riesgo que toda pérdida conlleva y la ganancia colateral que le acompaña.