Canet y la impune construcción del discurso del odio

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Alejandro Fernández y Pablo Casado ayer en Barcelona.

Construir un discurso del odio tendría que ser delito de odio. Hace días que estamos asistiendo a una campaña perfectamente orquestada desde los despachos de la ultraderecha política y mediática para convertir dos tuits aislados contra la familia de Canet que pidió la escolarización de su hijo de 5 años con un 50% de castellano (y que, de momento, ha obtenido judicialmente el 25% del TSJC con el aval del Supremo) en una persecución implacable que se ha llegado a comparar con la que sufrieron los judíos en la Alemana nazi o con el apartheid sudafricano. Son seguramente los dos tuits más rentables, en términos de manipulación discursiva, de la historia del ultranacionalismo español. La impunidad con la que se ha construido esta ficción de victimización de un niño y una familia no tiene precedentes. Lo mismo da que no aguante el más mínimo contraste con los hechos: aparte de aplicar con celeridad la disposición judicial, la escuela de Canet ha sido muy cuidadosa a la hora de aislar a los chicos y chicas de la polémica. Además, hace unos años que en Catalunya hay un goteo de casos parecidos que se han ido incorporando a diferentes centros sin que se produjera ningún tipo de ruido, pese al cuestionamiento que suponen del sistema de inmersión lingüística, fruto de un amplio consenso social y político, y aplicado con evidente flexibilidad, por no decir laxitud.

Pero para la triple derecha la realidad no tiene importancia. Lo importante es, a partir de un hecho puntual ínfimo, crear un escándalo mayúsculo que permita proyectar una gran sombra de culpabilidad y, por qué no, de totalitarismo, sobre todo el sistema educativo catalán, y, de paso, acusar al gobierno español de pasividad y connivencia con el independentismo. Lo están logrando. No tienen freno: la misma Fiscalía que ha abierto un expediente para investigar el caso de los tuits si quisiera podría llenar una carpeta entera con el alud de afirmaciones demenciales que se han hecho estos días, una espiral tergiversadora que, esta sí, prepara el terreno del odio. Una vez más vemos cómo en el Estado, cuando se trata de las minorías nacionales, hay barra libre, en los últimos tiempos con especial rabia contra el catalán: es como si el independentismo hubiera liberado unos fantasmas interiores siempre latentes. La intolerancia atávica contra la pluralidad nacional ha salido de nuevo sin ningún tipo de freno mental. Ni tampoco legal.

El auge y eclosión de Ciudadanos ya se basó en un explícito combate contra el catalán en la escuela, en la televisión, donde fuera. Una vez cayó el partido de Rivera, Vox le ha dado una generosa e hiperbólica continuidad y ha arrastrado al PP. De forma que Pablo Casado ha llegado ahora a equiparar catalanismo con racismo haciendo referencia explícita al apartheid; un diputado de Vox ha afirmado en el Congreso que "la izquierda radical catalana se deleita con la cacería humana de un niño de 5 años", y el líder de Cs en Catalunya, Carlos Carrizosa, ha trazado un parecido entre Canet y Ermua, el pueblo de Euskadi donde ETA asesinó en 1997 al regidor del PP Miguel Ángel Blanco. Esto solo por hacer referencia a voces políticas. La lista mediática sería inacabable. ¿Qué más tenemos que oír? ¿Nadie se avergüenza? Se está incubando el huevo de la serpiente.

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