Carta a Eduard Berraondo
Querido Eduard,
No nos conocemos de nada ni hemos coincidido nunca en persona, pero, como tantos catalanes a lo largo de los años en los que hiciste de periodista, formas parte de mi memoria. No recuerdo cuando pasaste a formar parte de mi vida cotidiana, pero sólo necesito ver una fotografía tuya para oír tu voz dentro de mi cabeza, con ese tono un punto somnoliento, calmado y elegante. Aunque los deportes no me interesaban en nada (solo te prestaba atención cuando hablabas de tenis) tu rostro me resultaba atrayente y, como otros compañeros tuyos, tu presencia diaria se fue incrustante en eso que ahora llamo memoria. Ya lo sabrás, que los que entra en las casas sois muy importantes, diga lo que diga y piense lo que piensa, para que se hagan familiares para miles de desconocidos. Tenéis los periodistas de los medios audiovisuales un peso que va más allá del simple hecho de informar. Y en el caso de TV3, además, su relevancia es también idiomática. Imagínate, pues, querido Eduardo, lo importante que fue para mis hermanos y para mí, aquellos moritos que aprendían catalán en la escuela y por las noches recibían las noticias deportivas en esta lengua, desatándola del ámbito estrictamente académico, que es la manera en que las lenguas son reales y, por tanto, están cargadas de ella. Cuando nosotros, los moros aspirantes a nuevos catalanes, te veíamos, Eduard, pensábamos que también nos hablabas a nosotros, que en tanto que espectadores éramos iguales a los nacidos de padres y abuelos y bisabuelos catalanes. No nos sentíamos excluidos de la televisión pública, ni siquiera podíamos imaginar que aquella información, aquellos contenidos en la lengua que íbamos aprendiendo, no fuera para nosotros. Quizás ingenuamente, porque no conocíamos el contexto político de la sociedad en la que nos estábamos integrando, nos pensamos que TV3 también era "la nuestra", la de todos. Pero si incluso mi madre, a la que nunca le ha gustado la televisión y que no dominaba la lengua como nosotros, se aficionó a Pueblo Nuevo.
Yo sé que los tiempos han cambiado y que puede parecer que los "nuevos catalanes" de ahora no son como nosotros, pero también de nosotros se decía que sería imposible que pudiéramos adaptarnos. Y mira, todos bien arraigados. Hasta el punto de que a veces mi madre se queja de tener nietos que "solo hablan en catalán". Unos nietos que crecen con normalidad creyendo que son como sus compañeros "de aquí de toda la vida", aunque ellos también lo son, "de aquí de toda la vida", y no han conocido nada más. Cuando he leído que no sólo te has hecho de Aliança Catalana sino que estás dispuesto a aprovechar que conoces la mayoría de directivos de nuestros medios públicos para introducir el discurso de Silvia Orriols he pensado que quizás no conoces los efectos devastadores que tiene la ideología que promueve este partido sobre la vida de personas reales como mis hijos, mis hijos, tanta gente. Seremos señalados y puestos en el punto de mira, sometidos a discriminaciones en todos los ámbitos, y quienes disimulaban un poco su racismo se sentirán legitimados a practicarlo sin complejos. Mientras nosotros todavía vamos luchando y nos vamos defendiendo en nuestro día a día de los numerosos agravios que ya vivimos, la propagación de las ideas de Aliança Catalana abrirá la veda, legitimará el odio de aquellos que lo disimulaban. Y nuestras vidas serán peores, pero también lo será la de esa sociedad que formamos todos, no sólo los catalanes de ocho apellidos. ¿Dormirás tranquilo, querido Eduard, participando activamente en la propagación de ese odio, en la injusta construcción de un chivo expiatorio que somos nosotros? ¿Cómo debo hacerlo yo ahora para extirparme tu voz de la memoria, para asumir que no me hablabas a mí también y que en tu idea de país mis hijos no tienen lugar?