Cataluña, hacia una nueva etapa

La Diada nos convoca de nuevo a pensarnos como pueblo, a decidir qué queremos ser en los próximos años. Empieza a ser hora de preguntarnos de nuevo hacia dónde queremos ir, y de hacerlo tranquilamente, sin exclusiones ni peleas, sino razonando, una de nuestras palabras preciosas que nos convoca a la razón trabajada y compartida. Nuestra fiesta nacional es la conmemoración de un descalabro, pero Cataluña siempre se ha crecido ante las derrotas: pensamos si no en el gran crecimiento en el siglo XVIII, justo después de 1714, como nos enseñó Pierre Vilar.

Confegir un nuevo proyecto social y político es ahora una urgencia. Estamos asistiendo a un duro cambio de época, con unos resultados todavía muy inciertos. Muchas creencias que creímos certezas se nos derrumban. La creencia en el respeto a la vida, los derechos humanos y la justicia, como mecanismos básicos de nuestra convivencia; en la democracia como un bien logrado para siempre; en el progreso científico como método de mejorar el mundo de forma permanente. La creencia, en definitiva, de que vivíamos en unas sociedades sólidas, que habían dejado atrás las oscuras etapas de autodestrucción y de ley de la selva y podían encarar con sabiduría los tiempos futuros.

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Pues bien, precisamente porque vivimos tiempos difíciles, es más urgente que nunca saber lo que queremos. Porque probablemente en los próximos años marcarán un retroceso en muchos aspectos, pero serán tiempos más cortos y menos terribles si avanzamos en las propuestas para dejarlos atrás. Y cambios urgentes hay muchos, no se trata de inventar nuevas causas.

Por ejemplo en relación con la organización política, que a menudo ha sido el tema central de la Diada. Otro mito que se ha caído es el de la fortaleza de Europa, de su peso en el mundo; las guerras en curso han mostrado sobradamente que Europa es cada vez menos un actor principal, y esto no sólo implica pérdida de influencia económica y política, sino también negación de los valores que hemos propugnado en los últimos ochenta años.

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Desde mi punto de vista, la situación geopolítica pide fortalecer a la Unión Europea, que pasa por muy mal momento, con tanta derecha desenfrenada, pero a la que podemos dar otra dimensión, otro afán. Me parece claro que para empezar una nueva etapa debe iniciarse el proceso de debilitamiento de los estados europeos tal y como los hemos conocido, e ir hacia formas supranacionales, por un lado, y mucho más locales, por otro. Es decir, una Europa más fuerte y más democrática, capaz de hacer frente a los actuales peligros geopolíticos, y, a la vez, lo que podemos entender como la Europa de los pueblos y no de los estados, una federación de regiones con personalidad propia, que puedan resolver autónomamente las cuestiones relativas a su funcionamiento, a sus prioridades. Una Europa bastante fuerte en el ámbito internacional y lo suficientemente libre e ilustrada para admitir y dejar desarrollar la diversidad real de sus gentes, de sus culturas, de sus necesidades, de sus lenguas.

Cataluña está bien situada para emprender este camino, aunque no sea así como se ha expresado recientemente. Mientras seamos en una Europa de los estados, Cataluña no tendrá otras opciones que la autonomía actual o, en el mejor de los casos, una federación española. Y, ¡eh!, habrá que defenderlo sin aspavientos, que vienen tiempos de nacionalismos estatales duros. Pero precisamente porque vendrán nacionalismos exacerbados -estamos en el"America first", tan parecido al "Deuschland über alles"– hay que ofrecer una alternativa a los nacionalismos prepotentes.

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Son muy interesantes, por ejemplo, los resultados del estudio de IFOP sobre las opiniones de los franceses en relación con la descentralización. Todos sabemos que Francia es un país que fue homogeneizado a sangre ya fuego: las criaturas de la Cataluña Norte, de los Países Bajos, de la Bretaña, del País sus lenguas nativas. Esta era la igualdad; todos hablan. Pues bien, las cosas están cambiando: un 68% de los franceses creen que hace falta más descentralización, e incluso hablan de derechos culturales; 90%– en Córcega, en Alsacia, en el País Vasco...

Ciertamente, los tiempos están cambiando, y muy rápidamente. Una nueva organización no será para mañana, para el año que viene; pionera en este proyecto.