Cataluña será diversa o no será
En 1964 por primera vez el número de ciudadanos nacidos fuera de Cataluña superaba el 50%. En 1984 alcanzaba un máximo del 62%. Estábamos a las puertas de llegar a los 6 millones de habitantes, cifra que se alcanzaría dos años después, en 1986, y que se convertiría en un exitoso lema de la Generalitat pujolista, que de esta forma enfatizaba la idea de un solo pueblo: todos catalanes al margen del origen. La idea del charnego, gracias al conjunto del catalanismo de izquierda y de derecha, pasó a ser políticamente incorrecta. Aquel Somos 6 millones integrador hizo agujero. Estábamos en los inicios de la democracia y de la normalización lingüística.
Hoy un 36,36% de la población ha nacido fuera: el 21,17% en el extranjero y el 15,19% en el resto del Estado. Se trata, pues, de una inmigración mucho más diversa que la del siglo XX, más cercana en términos culturales (lengua hermana) y antropológicos (religión y costumbres). Las procedencias actuales son de gran variedad: aparte de los peninsulares, en el contingente extranjero hay miles de personas de Asia, África y América latina. También europeos del norte. Es un melting puede.
La gran mayoría llegan huyendo de la pobreza, vienen a intentar ganarse la vida; en el caso de los peninsulares, su estatus es distinto al de antaño: ya no responde al patrón de la miseria de los murcianos y andaluces de la primera mitad del siglo XX. Además, a diferencia de lo que ocurría entonces, los españoles ya saben que aquí hay una realidad lingüística y política diferente, algo que no ocurre con la gran mayoría de extranjeros.
Acoger e incorporar esta diversidad no es fácil, pero es posible y necesario. Tampoco fue sencillo en el siglo XX y se hizo, pese a la dictadura. La cuestión es que la sociedad catalana, debido a su endémica baja natalidad, para seguir progresando económicamente ha necesitado y necesita de la inmigración. Los datos del mercado de trabajo son explícitos: realizan los trabajos que los de aquí no queremos asumir, a menudo en condiciones precarias y en negro en sectores clave como el del cuidado de las personas mayores o los trabajos del hogar.
Quien quiera familiarizarse con la dura realidad de la inmigración española en el siglo XX, puede acudir al museo de las casas baratas del Bon Pastor y al Museo de Historia de la Inmigración de Cataluña de Sant Adrià del Besòs. No están muy lejos el uno del otro. La doble visita es una buena inmersión en esa época. Las casas del Bon Pastor –se hicieron 784 a partir de 1929–, muy modestas, tenían entre 37 y 54 metros cuadrados y acogían a familias numerosas que antes habían vivido en barracas, un fenómeno, sin embargo, que continuó: en 1957 en Monjuïc todavía había 6.000 chabolas con 30.000 personas. El fenómeno del chabolista en Barcelona no acabó hasta los Juegos Olímpicos de 1992. Hoy tenemos otra realidad parecida: los sinhogares, la inmensa mayoría venidos de lejos.
En el Museo de la Inmigración hay una rayuela lúdica que explica bien el periplo del inmigrante actual, para el que de entrada el primer gran problema es la vivienda. Si ya nos cuesta a los que autóctonos, imagínense a alguien sin papeles ni red familiar. Lo habitual es vivir en habitaciones compartidas en barrios gueto durante mucho tiempo. Para llegar a tener un piso propio pueden pasar años. El empadronamiento y la obtención de papeles de residencia también es un larguísimo vía crucis. La alegalidad en la que viven la mayoría les precariza la vida y el trabajo. Y por tanto la integración social.
La sociedad catalana en su conjunto es más rica hoy que hace 40 años, pero la clase media retrocede. Hay un miedo difuso y menos empatía con los de fuera, que notan el rechazo o directamente el racismo. Si queremos seguir siendo un solo pueblo, si queremos que la diversidad sume, si queremos salvar al catalán, debemos acoger mejor con buenas escuelas para todos, con políticas sociales de vivienda, sin prejuicios. El miedo y el cierre identitario no son la solución, son el problema. Actualizando el lema de Torres y Bages, Cataluña será diversa o no será.