Una chapuza imperial
Los crímenes de Jack el Destripador tuvieron un enorme impacto en su época. Ocurrieron en Londres, entonces capital del mayor imperio planetario, justo cuando la prensa popular empezaba a convertirse en un fenómeno de masas, lo que ayuda a explicar tanta fama. A día de hoy, el anónimo asesino es casi un personaje folclórico.
Está muy difundida la leyenda de que el Destripador pertenecía a la realeza o a la masonería y que la policía le encubrió. En realidad, el asesino vivía muy probablemente en el barrio donde actuaba, el pobrísimo East End, porque conocía bien la zona y no llamó la atención de ninguna de sus cinco víctimas, prostitutas muy humildes. Y en lugar de encubrimiento hubo una increíble sucesión de chapuzas policiales.
El chapucero mayor fue el general Charles Warren, un militar mediocre con dotes para la cartografía. En el Museo de Gibraltar se exhibe una maqueta del peñón de ocho metros de altura, realizada a mano por Warren. Era mañoso, pero despistado. Pasó muchos años en Palestina, hizo excavaciones y hacia 1867 exploró a fondo el llamado Túnel de Ezequías, un acueducto subterráneo construido seis siglos antes de nuestra era. Warren miró y remiró en el túnel. Se le pasó, sin embargo, una placa con una de las inscripciones en protohebreo más antiguas que se conocen. La placa la descubrió en 1880 un simple excursionista.
En 1882, el Almirantazgo le envió al Sinaí para que atrapara a los asesinos del arqueólogo Edward Henry Palmer. Las tropas de Warren no tardaron en dar con los bandidos, acampados en el desierto. En Londres, la operación fue considerada una brillante acción policial. Sólo así se explica que en 1886 Warren recibiera el mando de la Policía Metropolitana londinense. En cuanto ocupó el cargo se peleó con el ministro del Interior y con todos sus colaboradores, ordenó que los agentes uniformados celebraran desfiles y diseñó un uniforme deslumbrante para sí mismo, lo que provocó el carcajeo de la prensa.
En agosto de 1888, Robert Anderson, especializado en combatir el independentismo irlandés, fue nombrado “número 2” de Warren, quien inmediatamente le sometió a espionaje. Anderson decidió que estaba muy cansado y se marchó de vacaciones a Suiza. Unos días después, el 31 de agosto, el Destripador asesinó por primera vez. Anderson, otro tipo con el don de la oportunidad, sólo volvió a Londres cuando había ya cuatro víctimas. Su plan consistía en detener a todas las prostitutas, para que el Destripador se quedara sin víctimas. El ministro prefirió desestimar la idea.
Warren tomó su principal decisión como comisionado en la madrugada del 30 de septiembre, la noche en que el Destripador se cobró dos víctimas. El asesino había cortado un trozo del delantal de Catherine Eddowes para limpiarse las manos tras la carnicería y dejó el pedazo de tela a cierta distancia, en un pasaje llamado Goulston Street. Al lado de la tela alguien había escrito una extraña frase: “The juwes are the men that will be blamed for nothing”. En el argot del East End, podría traducirse como “Los judíos no serán culpados por nada”.
Warren acudió al lugar. Examinó el texto y ordenó borrarlo porque podía fomentar sentimientos antisemitas. Un agente se mostró de acuerdo, pero le pidió que esperara a que llegara un fotógrafo policial y capturara la imagen. Warren proclamó que esa no era la letra del asesino porque no coincidía con la caligrafía de una carta enviada a la prensa justo esa noche por el mismísimo culpable y firmada “Jack the Ripper”. Esa carta, conocida como “Dear Boss” por su encabezamiento, fue muy probablemente escrita por un periodista de la agencia Central News con el ánimo de fabricarse una exclusiva. El “graffiti” fue borrado antes de ser fotografiado. Nunca sabremos si se trataba de una pista importante.
Harto de las críticas, Warren dimitió la víspera del último asesinato, el 9 de noviembre de 1888. Había aceptado permanecer en el cargo hasta que se nombrara un sustituto y decidió llevar dos sabuesos a la escena del crimen para que siguieran la pista del Destripador. Pero los perros nunca aparecieron. Tras este éxito final, Warren fue destinado a Singapur. Su lugarteniente Robert Anderson, el de las vacaciones, dedicó el resto de su vida a teorizar sobre profecías bíblicas.
El misterioso Destripador no volvió a matar a ninguna otra prostituta. Quizá murió. No se sabe nada. En 1908, Warren ayudó a Baden Powell a fundar el movimiento Boy Scout. Murió en 1927.