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Jordi Pujol rodeado de diputados de CiU el día de su primera investidura, en 1980.

Este 2024 se cumplen 50 años de la fundación de los dos partidos políticos más dominadores de la reciente política catalana. Ambos han evolucionado y han sufrido altibajos, pero son un ejemplo de continuidad histórica. Hablo de las dos convergencias: Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) y Convergència Socialista de Catalunya (CSC), fundadas en 1974, en vida del general Franco, y por tanto en la clandestinidad, sin saber que estaban condenadas a repartirse el poder electoral en una Catalunya democrática y autónoma que aún estaba por hacer.

CDC fue fundada por Jordi Pujol y Miquel Roca, y fue la fuerza hegemónica del nacionalismo y del centroderecha, instalada en la Generalitat desde 1980 hasta 2003, mientras condicionaba a los gobiernos españoles de todo signo. Bajo el liderazgo de Artur Mas, reconquistó la Generalitat en el 2010, y tras protagonizar un giro soberanista, los escándalos de corrupción –que llegaron a afectar a su fundador– propiciaron varias refundaciones y finalmente una segunda vida con la marca Junts, que pese a su pretendida heterodoxia avanza con firmeza hacia el reencuentro con sus orígenes.

CSC fue fundada por Joan Reventós, Raimon Obiols y Pasqual Maragall. En 1978, tras absorber los restos del pallaquismo y llegar a un acuerdo con el PSOE, adoptó el nombre definitivo de Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE). Ha sido un partido con altibajos, pero durante la mayor parte de estas cinco décadas ha sido la fuerza hegemónica en las principales ciudades catalanas y en las elecciones generales. Además, ocupó la presidencia de la Generalitat entre 2003 y 2010, en gobiernos de coalición.

Durante más de tres décadas, se instaló en Catalunya un bipartidismo estable, que muchos añoran, aunque para otros era una estructura imperfecta, que dejaba la reivindicación nacional en manos de la centroderecha, mientras que el socialismo catalán se resignaba –por el miedo al lerrouxismo– a subordinarse al PSOE. Los partidarios de una izquierda nacional o de una derecha no catalanista ocupaban espacios marginales. Pero las cosas cambiaron con el cambio de siglo, a una velocidad insospechada.

El primer tripartito –en el que coincidieron el PSC de Maragall y una ERC reavivada– sacudió el tablero. El proceso fallido de reforma del Estatut puso de manifiesto las contradicciones internas de los socialistas, que acabaron aceptando la propuesta de un referéndum de autodeterminación, pero se desdijeron de ello para no desobedecer al PSOE y por la pujanza de Ciudadanos (el miedo al lerrouxismo, de nuevo). Por su parte, el soberanismo ganó posiciones en CDC, que rompió la coalición con UDC y finalmente cambió de nombre. En paralelo a la crisis de los dos grandes partidos, emergía un nuevo españolismo, a través de Ciudadanos; ERC ocupaba una renovada centralidad, y la indignación por la crisis económica daba alas al colauismo y a la CUP. Parecía que la Catalunya bipartidista había pasado a mejor vida, incluso pese al fracaso del Procés soberanista.

El añorado profesor Culla bautizó esta auténtica revolución del sistema catalán de partidos como “El tsunami”, en un ensayo publicado en el 2017. Pero hoy, en el 2024, parece que estamos tan lejos de ese tsunami como del viejo bipartidismo engendrado hace 50 años. Lo que no se puede negar es que PSC y Junts, que vuelven a ser las dos primeras fuerzas del Parlament catalán, han demostrado, pese a la brusquedad de sus vaivenes, una resistencia electoral fuera de medida. Profesionalismo, lo llaman... con todo lo que el término tiene de bueno y de malo. Felices vacaciones.

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