Una ciudad al alcance
En 1992, Barcelona logró uno de los objetivos prioritarios que perseguía con la organización de los Juegos Olímpicos, y que se conoció con el anglicismo de "poner la ciudad en el mapa". En efecto, a partir de ese evento la capital catalana volvía a ser un punto de "atracción de forasteros" (por decirlo en los términos que se utilizaban antes de la guerra por la promoción turística). El alcalde Maragall, que presidía el comité organizador de los Juegos, temía que la ciudad no tendría suficiente oferta hotelera para hacerle frente y, con su acreditada terquedad, a finales de los años 1980 salió adelante un Plan de Hoteles, en el que se llegó a ceder suelo público para la construcción y explotación de establecimiento. La medida fue fuertemente contestada por un lobi que acabaría siendo muy poderoso, el Gremio de Hoteleros, porque creía que generaría una oferta excesiva imposible de compensar con una demanda que entonces era moderada. Por razones muy distintas, también se mostró en contra el movimiento vecinal, uno de cuyos líderes afirmó, en asamblea, que "la próxima vez que propongan Barcelona para un evento internacional debemos decir que no". Y este "no", explicaba la periodista Maria Favà, "es el resultado de un sentimiento que va arraigando en los sectores más críticos de la ciudad, quienes creen que por culpa de los Juegos nos están vendiendo la ciudad a pedazos, que se está construyendo una urbe para yuppies de la que se ahuyentan las clases populares".
Sin embargo, la lógica perseguida se impuso y ya el mismo año de los Juegos, en 1992, el aeropuerto de El Prat alcanzaba por primera vez los diez millones de pasajeros anuales. Desde entonces, el número de personas que visitan la ciudad no ha parado de el aeropuerto ascendía a los cincuenta millones de pasajeros anuales: en veintiséis años, la cifra se había multiplicado por cinco. el término yuppies (un acrónimo de "jóvenes profesionales urbanos") ha caído en desuso, y los jóvenes realmente existentes no hacen más que constatar las enormes dificultades, por no decir a menudo la mera imposibilidad, de encontrar un piso asequible en toda Barcelona. La ciudad ha cambiado mucho, en estos años, y el mundo aún más. Una conciencia ambiental que se impone, incluso a los inicialmente más reacios, a golpes de calor hace que nos planteemos la forma en que producimos y la forma en que nos movemos, mientras las llamadas a "desescalar", o al menos a hacer sostenible, el crecimiento son cada vez más frecuentes e ineludibles.
Frente a esta nueva racionalidad, hay gestores públicos que se aferran a las viejas creencias –haciendo válida la admonición de Keynes que advertía de que "los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista ni el modelo de catalán, el modelo de catalán diseñado a mayor gloria de Madrid. Necesitamos, pues, un pensamiento –y una acción– críticos, que pugnen por otra forma de hacer ciudad. En Nueva York acabamos de encontrar un ejemplo en Zohran Mamdani, un político de treinta y tres años, hijo de una familia acomodada de origen indio, que acaba de ganar las primarias del Partido Demócrata por ser el candidato a alcalde derrotando a un miembro del establishment como Andrew Cuomo. No sabemos todavía si Mamdani, que se define como "socialista democrático" (casi un pecado en Estados Unidos), ganará las elecciones municipales de noviembre, pero sí podemos fijarnos en su campaña electoral, centrada en el coste de la vida: su lema es "En city we can afford", una ciudad que nos podamos pagar, que nos podamos permitir. Al presentarse, hace unos meses, dijo que su idea era utilizar todas las herramientas disponibles desde el Ayuntamiento para hacer de Nueva York una ciudad asequible, una ciudad que la clase trabajadora, que no sólo la construyó sino que también la ha mantenido, pueda seguir llamando su casa. bautizado como "el Alcatraz de los caimanes", el presidente Trump haya dicho: "Habrá que detenerle. No necesitamos un comunista en este país, pero si tenemos uno, le vigilaré con mucha atención por el bien de la nación". Por el bien de todos, efectivamente, deberíamos estar muy atentos a lo que dicen y defienden políticos como el joven candidato a alcalde de Nueva York.