Las claves de la nueva legislatura

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La bandera y la bandera española en lo alto del Palau de la Generalitat.

En mi opinión, las claves de la legislatura que se inicia en Madrid son tres. La primera consiste en saber si la amnistía se convertirá en algo irreversible, o si conseguirán detenerla en algún punto del camino que ya se ha empezado a transitar. La segunda clave radica en las posibilidades reales de garantizar una estabilidad parlamentaria en Las Cortes que permita decidir y gobernar. Y la última clave pasa por averiguar si los pactos que se han logrado para la investidura de Pedro Sánchez servirán para resolver el conflicto político con Catalunya.

Empecemos diciendo que los tres temas mencionados tienen una altísima complejidad. Y añadimos que solo el ejercicio del arte de la política en mayúsculas puede ofrecer alguna esperanza de éxito. Vayamos por partes: estamos viendo cómo, incluso antes de conocer ningún tipo de texto o de acuerdo, fuerzas muy poderosas se conjuraban para convertir el camino de la amnistía en un auténtico vía crucis, con calvario incluido. Da la sensación de que la cruzada contra la amnistía no tendrá freno, y que sus promotores quieren evitar al precio que sea que los “malvados herejes” puedan salvarse de la pira funeraria que más de uno ya ha empezado a encender. Sin embargo, digámoslo alto y expliquémoslo claro: sin la amnistía no habrá ni estabilidad parlamentaria ni oportunidad de resolver el conflicto. Y esto por tres razones básicas: la amnistía pone el contador a cero, reconoce la naturaleza política y no delictiva del conflicto, y sitúa en pie de igualdad a los interlocutores de ambas partes, es decir, a los representantes del Estado y a los del independentismo. Sin esos ingredientes no saldrá ningún otro plato de la cocina.

Imaginemos que, a pesar de las rocas que nos vayan poniendo por el camino y los empujones para derribarnos por el precipicio, la amnistía llega a buen puerto en un plazo razonable. Entonces hay que ver cómo garantizar el mínimo de estabilidad necesario para abordar las decisiones a tomar durante el mandato. A mi juicio, resulta fundamental que en Madrid entiendan que la amnistía no es suficiente. La fórmula amnistía a cambio de estabilidad no funcionará por sí sola. La amnistía resuelve situaciones personales injustas y duras, pero no se dirige al país entero. Los gobernantes españoles deben entender que si quieren estabilidad para gobernar, tendrán que arriesgar para resolver el conflicto de fondo. Y los independentistas deben conjurarse para obtener soluciones que se dirijan al conjunto de los catalanes, independentistas o no. Hace meses pedí que fuéramos exigentes, pero no intransigentes. Me atrevo a repetirlo ahora, porque creo que esa actitud es la que puede dar, y de hecho está dando, buenos resultados.

Queda la clave más difícil, la de la resolución del conflicto. En este punto, hay que reconocer lo evidente: se ha votado la investidura sin acuerdo alguno con el PSOE sobre cuál es la solución. No lo critico, lo constato. Por tanto, lo que realmente se abre ante nosotros es una ventana de oportunidad. Veremos si sabe aprovecharse. En poco tiempo comprobaremos si el partido socialista ha tomado conciencia de la magnitud del reto que desde hace más de una década estamos planteando desde Catalunya. Una conciencia que hemos echado de menos en la extrema miopía de los dirigentes del PP y en la errática estrategia del presidente Sánchez hasta que la siempre caprichosa aritmética lo obligó a hacer de la necesidad virtud.

El reto que ponemos sobre la mesa es fácil de entender, y al mismo tiempo difícil de aceptar: como todos los pueblos, los catalanes necesitamos un estado. Un estado que nos proteja, que respete nuestra identidad y estimule nuestro progreso. Un estado que no frene nuestras ambiciones, que no ahogue nuestros anhelos, que no limite nuestros horizontes. Durante años, muchos nos esforzamos para que un estado español finalmente democrático, europeo y moderno fuera ese estado también nuestro. Pero los hechos y actitudes de un montón de años recientes nos han hecho adivinar que aquel estado no solo no es nuestro, sino que nos va en contra.

Insisto en esta última idea: los catalanes, de todo tipo y condición, necesitamos un estado. Como todo el mundo. Lo ideal sería que se nos dejara decidir si queremos que este estado sea el español o uno propio. Dudo mucho que la ventana de oportunidad que tenemos enfrente nos lleve a este punto ideal. No quiero hacerme ilusiones prematuras, sobre todo contemplando este paisaje de intolerancia y de extrema agresividad que se está desatando, una vez más, en Madrid como epicentro de España. Tenemos derecho a ser escépticos, y muchas razones. Pero no tenemos el deber de perder la esperanza. Y si en algún momento los que queremos soluciones vemos que nos flaquea el coraje, recordemos a Theodore Roosevelt: el coraje no es tener la fuerza para ir adelante, sino seguir adelante cuando no tienes fuerza.

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