La consejería del catalán
Después de haber escrito en este diario una sugerencia pública al presidente de la Generalitat para la creación de una consejería de la lengua catalana (al igual que otras personas que se han expresado en el mismo sentido) se puede comprender la agradable sorpresa que ha significado oír a Pere Aragonès formulando ahora esta misma propuesta.
Por supuesto, la mera existencia de una conselleria específica no salva por sí misma el objeto al que está dedicada (se podría escribir un monólogo bastante divertido al respecto), pero mientras el catalán no sea obligatorio en Cataluña como sí lo es el castellano, los catalanohablantes de hoy y del futuro no podemos seguir viviendo en la intemperie lingüística. Detrás de una lengua están sus hablantes, la escuela, la cultura, los medios, el mercado. Pero en Catalunya, por razones conocidas por todos, eso no es suficiente.
Notar que cuando alguien conculca nuestros derechos lingüísticos no hay nadie detrás, que el catalán debemos utilizarlo a cuerpo porque las normas lingüísticas se pueden incumplir sin miedo a ningún reproche administrativo, porque no están claros ni los derechos ni los deberes, convierte la humana pretensión de comunicarte en tu lengua a tu país en una aventura potencialmente complicada que desincentiva su práctica. Y el uso social va retrocediendo hasta el día en que ya no sea necesario preocuparse por la lengua porque será cosa de cuatro gatos.
Y no hay nada que se pueda hacer sin autoestima. El filósofo estadounidense John Rawls escribió que “sin autoestima puede parecer que no vale la pena hacer nada, o que si algunas cosas tienen valor para nosotros, carece de la voluntad de luchar por ellas. Todo deseo y actividad se vacío y en vano, y nos hundimos en la apatía y el cinismo”.