Nombres de las asignaturas de una escuela de Barcelona.
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Solo habla catalán habitualmente uno de cada cuatro jóvenes. De quienes hablan catalán en casa, casi un 30% no lo hacen fuera de casa. Y, en cambio, de quienes hablan castellano en casa sólo hay un 17% que de vez en cuando hablen catalán fuera. Bilingüismo desigual, se llama. Los sociolingüistas que nos lo acaban de comunicar, concretamente Avel·lí Flors Mas y Marina Massagué, explican que “los catalanohablantes se encuentran frecuentemente en contextos en los que son minoría y en los que los hablantes de otras lenguas tienen una competencia más limitada en catalán de la que ellos tienen en castellano y, como en general se percibe que mantener el catalán es una posición marcada, se tienden a pasar a la lengua que ahorrará ciertos conflictos.” Nada que no sepa cualquier catalanohablante que haya cambiado de lengua una sola vez en su vida ante un castellanohablante por no parecerle poco considerado o por no caerle mal. Esto provoca, dicen los lingüistas, que muchos de los jóvenes que en casa hablan catalán acaben identificándose más con el castellano porque hacen un uso lúdico y coloquial con sus amigos, hasta el punto de que hoy sólo 4 de cada 10 jóvenes dicen que utilizan el catalán tanto como el castellano, mientras que en 2007 eran 6 de cada 10.

Hay factores demográficos, políticos, culturales y económicos que lo explican. También educativos, y es en ellos donde me corresponde poner el foco, por mi experiencia en el mundo escolar y de los adolescentes. De jóvenes que no utilizan la lengua familiar, el catalán, para hablar con los de fuera de casa, conozco a unos cuantos: chicos y chicas que con los padres y los hermanos hablan en catalán, y, en cambio, entre amigos con mayoría de catalanohablantes hablan castellano, hasta el punto de que el catalán se les devuelve una lengua trabajosa con la que cometen muchos errores, y contaminada por la fonética castellana. Y conozco también a muchos adolescentes castellanohablantes que en catalán no hablan sencillamente porque les cuesta mucho o “tienen una competencia limitada”, en términos de los lingüistas. El caso es que no tienen fluidez y, por tanto, deben hacer demasiado esfuerzo. Lo curioso y en el que debemos fijar la vista es que muchísimos de estos jóvenes han hecho toda la escolaridad en catalán.

¿Qué hace que no tengan un buen dominio de la lengua cuando son adolescentes? ¿Por qué alumnos que han ido a la escuela catalana inmersiva desde que tenían tres años, cuando tienen doce, o catorce, o dieciocho, no pueden hablar catalán con fluidez? Esta pregunta es crucial, es clave, porque, recordémoslo, son las dificultades de estos con el catalán lo que hace que los jóvenes catalanohablantes, por miedo a ser antipáticos o parecer militantes (como dicen los lingüistas, “utilizar el catalán se percibe como una posición marcada”), cambien de lengua.

El hecho demostrado es que muchas escuelas catalanas no están consiguiendo que sus alumnos aprendan catalán de forma solvente. La cuestión es: ¿por qué? Y también: ¿cómo puede ser, en un sistema de inmersión lingüística en catalán? Por dos razones: la primera, porque muchos maestros de las nuevas hornadas no saben cuál debe ser su papel a la hora de hacer funcionar el sistema de inmersión. La segunda, por el catalán que utilizan algunos maestros.

Un par de ejemplos que ilustran la primera razón: hace poco en un aula de niños de cinco años de Hospitalet un niño me preguntó "¿Cómo te llamas?". Le pedí que me lo dijera en catalán, para practicar, y volvió en castellano. Entonces le dije: “¿Cómo hablamos en la escuela?” Y entonces, en su tercer intento de saber mi nombre, me dijo: “What's your name?”. En otra escuela, en Cornellà, trabajé con una maestra de cuarto curso de Primaria a la que los alumnos, delante de mí, se dirigían sistemáticamente en castellano. Cuando le pregunté por qué no les pedía cambiar de lengua, para darles ocasión de practicar el catalán, me dijo: "Yo les he de hablar en catalán, pero ellos pueden hablar como quieran." Según me explicó, a la carrera nunca le había dicho nadie que la inmersión es algo bien distinto.

En cuanto a la segunda razón, que es el nivel de lengua de muchos maestros noveles (de los que hace pocos años han obtenido el título), es constatado que el catalán que utilizan muchos de los estudiantes que terminan la carrera de maestro en Barcelona es precario y que sólo lo utilizan cuando se les exige (ya se sabe que cuando una lengua no se practica, no se domina). Utilizan la fonética del castellano, la gramática y la sintaxis del castellano, por decir palabras en catalán. Los esforzados profesores de lengua catalana de las facultades donde estudian los futuros maestros no salen de arreglarles el catalán que hablan, y aún así les aprueban la carrera y los abocan a ejercer, a hacer de modelo de lengua a alumnos que, por tanto, lo aprenderán de esa manera, ya los que no podrán corregir los errores fonéticos o sintácticos por desconocimiento.

A estas dos razones debemos añadir el nivel de exigencia. No ser capaz de hablar bien (y por supuesto, de escribir) en la lengua de la escuela cuando se ha estudiado toda la vida también significa que alguien ha dado por bueno, en el estudiante, lo que no lo era.

Y hay que decir que hay maestros que hacen un trabajo extraordinario en condiciones muy difíciles: se hacen entender y enseñan la lengua a niños de mil procedencias, con dificultades muy diversas y en un entorno que les supone todo tipo de bastones en las ruedas. Merecen todo el reconocimiento y el agradecimiento de una sociedad que a veces sólo les presta atención cuando hay hechos negativos.

Al plantear aquí el papel de los maestros como modelos de lengua, que deben hablarlo bien, enseñarlo bien y hacerlo hablar, quisiera que pudieran reaccionar las Facultades, sobre todo de la ciudad de Barcelona. Lo que he expuesto lo conocen muy bien. Lo que desconocemos a la gente como yo es por qué razón prefieren no considerar muy serio este problema, aunque su razón de ser es formar a educadores que proporcionen una educación de calidad.

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