Consentimiento y deseo: todo lo que no sabemos

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Dos mujeres a punto de besarse.

Una de las muchas puertas que ha abierto el feminismo ha sido la posibilidad de hablar de sexualidad, y de explorar la de las mujeres, quizás por primera vez en la historia. Toda una novedad de muy reciente aparición: hay que recordar, por ejemplo, que para las feministas anarquistas del 36 una mujer debía ser “una mujer como es debido”, es decir, insensible a cualquier deseo sexual más allá de su pareja, casada o no. Pero ya hemos recorrido mucho camino, y, sobre todo a partir del MeToo y de las denuncias que se derivan de él, se ha empezado a reflexionar y legislar sobre el oscuro ámbito de la sexualidad compartida. Y se ha llegado a formulaciones como "no es no" o "solo sí es sí", con todas sus variantes.

Las leyes que se han aprobado intentando contener una agresividad sexual masculina creciente –o al menos ahora más conocida y denunciada– han tenido serios problemas de todo tipo, tanto por las mentalidades retrógradas que en muchos casos deben aplicarlas como por la dificultad misma de saber qué es realmente el consentimiento, y hasta dónde se deriva, para las mujeres, del deseo propio. Un debate bastante candente en este momento y que encontramos expuesto, por ejemplo, en un libro reciente de Clara Serra, El sentido de consentir. Que, de hecho, expone dos visiones feministas en cierto modo contrapuestas respecto a las relaciones heterosexuales.

La primera, formulada hace ya unos 40 años, tiende a identificarlas con la violencia, asimilando la penetración, hasta cierto punto, con la violación: las mujeres como víctimas, los hombres como agresores. La segunda, más reciente, apoyada en los escritos de Judith Butler, parte de la idea de que la sexualidad es un terreno oscuro, y de que la emancipación de las mujeres pasa por poder explorar este ámbito tan desconocido del propio deseo y aceptar sus incertidumbres sin tener que ser tuteladas y protegidas por el estado y sus leyes.

Dos visiones que corresponden, de hecho, a dos etapas del feminismo, que no serán sin duda las últimas, porque estamos todavía en los inicios de una investigación que apenas comienza. Más allá del hecho evidente de que la voluntad de las mujeres debe ser respetada y de que ya era hora de que se pudieran denunciar y castigar los abusos, coacciones y violencias que se han ejercido con una total impunidad, desconocemos todavía la naturaleza y los límites del deseo sexual de las mujeres. El de los hombres ha sido construido a nivel público, en la literatura, el teatro, el cine. Tal y como se nos presenta, tiene mucho de primario y elemental, demasiado: conquistar, poseer, mandar, imponerse, en sus ritmos y en sus formas. ¿Pero qué sabemos realmente del deseo de las mujeres, de su diversidad y multiplicidad?

El deseo sexual de las mujeres no solo no tiene unos perfiles públicos, sino que ha sido siempre castigado. Tradicionalmente, la educación de una niña ha consistido en negar su deseo de cualquier tipo. Josefa Amat y Borbón, una ilustrada, escribió sobre la educación de las niñas: acostumbradlas a comer lo que su madre les da, poco; no les dejéis elegir su ropa... y eso, desde pequeñas. Rousseau lo dijo muy claro: es necesario que aprendan a servir y depender siempre de los hombres. En cuanto al deseo sexual, nadie hablaba de ello: no debía existir mientras estuvieran solteras, pero tampoco casadas: era el “débito conyugal”, una especie de impuesto a pagar para obtener reconocimiento, alimentos, protección, criaturas... Una mujer demasiado activa en la cama era un peligro para el marido: id a saber si...

Ahora las pantallas van llenas de relaciones sexuales aparentemente placenteras desde el asalto al primer encuentro. ¿Responde esto realmente al deseo femenino, o es una manipulación? ¿Un modelo sexual que, de nuevo, los varones imponen como comportamiento deseable para las mujeres? ¿Cómo llegar a construir el deseo y el placer desde las propias mujeres, por diverso o por perverso que sea, cuando toda nuestra cultura popular y mediática hace hincapié en nuestra cosificación, en la sexualización de las niñas, en el su papel que ser para los demás? ¿Deber intentar ser siempre admiradas, deseadas e incluso dominadas? Un papel que se presenta como fruto de su deseo y su voluntad, de modo que no exista rebelión posible.

Bienvenido el debate sobre el consentimiento y las medidas punitivas en tantos casos terribles, que destrozan vidas por puro machismo. Bienvenido también el debate sobre la sexualidad femenina, que necesita que sean sobre todo las mujeres quienes hablen de sus deseos reales, no de lo que se espera que digan para mostrar que son sexualmente liberadas. Sin embargo, mientras seguimos en una sociedad donde los sexos están tan jerarquizados y tienen recursos y poderes tan desiguales, será difícil que las mujeres podamos conocer las formas auténticas de nuestro deseo y de nuestro consentimiento.

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