Contenedores feministas

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Manifestación del 8 de marzo en Bilbao, en 2018.

¿Qué haremos este 8 de marzo? Nada que no hiciéramos ayer, que no hagamos mañana o que todavía tengamos tiempo de hacer hoy. Cada día el mundo nos recuerda por qué hay que ser feministas y una pandemia mundial nos lo ratifica. Como si hiciera falta. De lo que nos quejábamos antes nos continuamos quejando ahora, porque cualquier crisis nos afecta más a nosotras y porque la crisis siempre es una oportunidad para favorecer las desigualdades. En épocas desafortunadas, si se tiene que poner a alguien delante, que sean ellas, que ya están acostumbradas a aguantar. Las mujeres somos fuertes cuando conviene y, curiosamente, nunca coincide con cuando lo sentimos nosotras. Ahora hace un año empezaba este nuevo orden confinado. Se habló mucho de los cuidados y se aplaudió mucho a las enfermeras, una de las profesiones más feminizadas y, por lo tanto, peor pagadas. ¿Quién os pensáis que nos vacuna? ¿Un jugador de fútbol? ¿Un banquero? ¿Un youtuber? Cuando se vio que los cuidados recaían y recaen demasiado en las mujeres se ha dejado de hablar tanto de ellos, para no darles la importancia que se merecen. Las cosas de mujeres no marcan canon. Solo salvan vidas. Y las generan. Harían falta muchas huelgas de maternidad para poner a todo el mundo en su lugar. El trabajo esencial se invisibiliza pero no es invisible. Las vidas se ven, como la mierda que limpian tantas mujeres. Esa mayoría de la población mundial que hay quien todavía denomina colectivo con una boca llena de soberbia machista. ¿Sabéis qué haremos este 8 de marzo? No dejar de preguntarnos por qué la brecha salarial en Catalunya es de un 22,2% y por qué es tan importante la independencia económica. Se ha infligido contra las mujeres una injusticia de siglos y no nos arrancaremos los ojos como los personajes de una tragedia griega. Arrancaremos esta tradición de hacernos incompatibles las elecciones. Que no nos vuelvan a decir qué podemos ser y qué no. No seremos más las de las renuncias constantes y las de las pérdidas. Somos la revolución más esperada, la que no nos han traído los grandes nombres de la historia de la humanidad. Nombres de hombres que nos ponían en nuestro lugar cuando nosotros queríamos salir. Hombres que no han movido un pensamiento para defendernos y de los cuales conocemos la vida y milagros. Espera, que saltan las alarmas. Not all men. Espabilad. Pero la culpa es nuestra. Nos declaramos culpables de contagiar el espíritu estimulante de remover el sistema y hacer tambalear los fundamentos para crear una sociedad más justa. Es decir, mejor. Nosotros somos la revolución de cada día que pasa. ¿O no habéis visto todavía de dónde vienen los grandes cambios, quién los promueve y qué está moviendo a la gente más joven? Los nuevos fascismos, que son los viejos, nos dan la razón: el ataque todavía más flagrante contra los derechos de las mujeres sale en todas sus proclamas y lo aplican en los países donde gobiernan. Reconocen que si nosotras avanzamos, su mundo de privilegios anacrónicos se hunde. Y este es nuestro objetivo. Romper los techos de cristal y derrocar a todos los regímenes machistas. Tenemos mucho trabajo. ¿Qué podemos hacer este 8 de marzo? Hagamos lo que hacemos cada día, recordemos al mundo que la violencia contra las mujeres es estructural y no se puede calcular en un presupuesto ni lamentarse en un minuto de silencio. Estos días he pensado qué pasaría si las mujeres fuéramos contenedores. No me hagáis caso. Los días dan para pensar muchas cosas y tengo que llenar el depósito de paciencia. La que todavía necesitamos para explicar por qué somos feministas, añadiendo la valentía que todavía tenemos que tener para que la mirada señale a los verdugos y no a las víctimas. Este 8 de marzo haremos la revolución. Como hoy, como ayer, como mañana.

Natza Farré es periodista

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