COP 28: la transición no puede ser traumática
La conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático de este año comienza en pocos días en Dubai. Lo hará después de un mes de octubre que ha batido récords de temperatura a nivel planetario. Según Naciones Unidas, para limitar el calentamiento global a los 1,5 grados de los Acuerdos de París las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) deberían reducirse un 42% antes de 2030. Sin embargo, al ritmo actual las emisiones se incrementarán un 9%. Es obvio, pues, que los Acuerdos de París no se van a cumplir y, previsiblemente, el calentamiento del planeta va a continuar. Detener o mitigar el cambio climático es uno de los principales retos de la humanidad y no somos capaces de conseguirlo. ¿Qué es lo que estamos haciendo mal?
Una explicación es que las medidas a tomar son caras y nadie quiere asumir su coste. Dentro de cada país es necesario decidir si los costes recaen en los principales causantes de las emisiones de GEI o bien se reparten a toda la sociedad. Y, además, también es necesario acordar hasta qué punto las generaciones actuales deben sacrificarse por las futuras. A nivel internacional, estos problemas se acentúan, ya que muchos países del Tercer Mundo creen que lo prioritario para ellos es dejar de ser pobres y que, además, tampoco son los principales responsables de la acumulación de GEI en atmósfera. Reducir las emisiones tiene, por tanto, profundas implicaciones redistributivas, tanto dentro de los países como internacionalmente. Nuestros sistemas políticos han sido incapaces de tomar las decisiones necesarias, especialmente a nivel internacional.
Una segunda razón es que no estamos implementando las políticas adecuadas. El reto del planeta es efectuar una transición energética rápida desde los combustibles fósiles hacia las energías renovables. Según algunas estimaciones recientes, esto sólo es posible si el mundo invierte cada año aproximadamente un 2,5% del PIB mundial hasta el año 2060.
¿Cómo movilizar este gran esfuerzo inversor? ¿Quién debe protagonizarlo? En las economías de mercado estas transformaciones de la economía son el resultado de la dinámica competitiva. Los inversores ven oportunidades en nuevas actividades y tecnologías, para las que pronostican mayor demanda y, anticipando futuras ganancias, deciden dedicarle capitales y esfuerzo de gestión. Al mismo tiempo, existen sectores en declive, que dejan de recibir inversión. Para hacer frente al cambio climático, el reto es que esto suceda en el ámbito energético, teniendo en cuenta que los efectos nocivos de las emisiones de GEI no están incorporados a los precios de los productos energéticos y de otros bienes y servicios de la economía .
La inversión pública debe ser protagonista en la medida en que existen infraestructuras críticas que son monopolios naturales o tecnologías con un riesgo muy elevado. Su papel también está limitado por el muy elevado endeudamiento del sector público y, por tanto, el grueso del esfuerzo debe recaer en la inversión privada. Para movilizarla, lo primero es disponer de una planificación energética a medio y largo plazo que ofrezca a los actores económicos un entorno razonable de predictibilidad. Ésta es una función clara de la política pública, como mínimo a nivel nacional.
Pero para movilizar de verdad la inversión privada también es necesario que la transición energética se fundamente en medidas de política económica que modifiquen los incentivos de los agentes económicos, y no en decisiones radicales que prohíban determinadas actividades. Incentivar significa alterar los precios de mercado, mediante impuestos que encarezcan paulatinamente la cadena de valor basada en la emisión de GEI y subsidios que favorezcan la producción y uso de energías limpias. El objetivo es cambiar el comportamiento de las empresas y consumidores, pero hacerlo sin disrupciones. Si, por ejemplo, prohibimos el motor de combustión o los vuelos cortos, corremos el riesgo de cometer errores irreversibles de carácter tecnológico (los motores de combustión podrían evolucionar en positivo) o de eficiencia económica (la transición entre modos de transporte puede realizarse menos traumática encareciendo los vuelos en comparación con las alternativas que sean más limpias).
El objetivo final debe ser que el sector de las renovables sea una industria naciente, que atrae capital porque ofrece un mejor retorno al capital invertido, y que el sector de combustibles fósiles sea una industria que pierde peso paulatinamente. La transición debe ser rápida, pero no drástica, ya que –no lo olvidemos– es primordial garantizar la continuidad en el suministro energético.