Acabo de llegar de México y me encuentro con la paradoja de que de repente oigo hablar menos catalán en Barcelona que en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. La FIL ha sido una fabulosa burbuja de autoestima. Estaba lleno de autores en lengua catalana –el 74% de los autores invitados lo eran en la lengua propia del país–, y los que escriben en castellano, que por razones obvias son los que más triunfaban allí –Javier Cercas o Eduardo Mendoza– naturalmente también echaban a menudo del catalán en las conversaciones privadas.
En México, en las clases acomodadas no es difícil encontrar vínculos con el exilio catalán. La propia presidenta del país, Claudia Sheinbaum, se casó en primeras nupcias con Carlos Imaz Gispert, hijo de Montserrat Gispert Cruells (Barcelona, 1934 - Ciudad de México, 2022), bióloga de renombre que llegó a México a los 7 años, enferma de tuberculosis. Es la abuela del hijo de la presidenta mexicana. Las historias de exilio son un pozo sin fondo.
La catalanofobia, tan persistente en la Península –solo hay que fijarse en el imparable auge de Vox–, no existe en América Latina. Es difícil que exista cuando, salvo minorías del mundo cultural o de historias de familia como la de la presidenta, la inmensa mayoría ignoran la mera existencia de Catalunya. Y quienes descubren la realidad presente e histórica del catalán, si la miran, como ocurre en muchos casos, desde un nacionalismo anticolonial, más bien les hace gracia: nos ven como una gente rebelde y noble, un pueblo que como ellos también ha sufrido el rechazo y desprecio español, y ha salido adelante. Que tengamos medios de comunicación, publiquemos más de 9.000 títulos al año y tengamos una literatura de prestigio les genera una saludable envidia.
Es un error mirar hacia aquellas tierras inmensas y diversas como un territorio meramente y homogéneamente hispano. Denota un gran desconocimiento. Las maltratadas culturas y lenguas prehispánicas tienen raíces milenarias y un renacer empuje, aunque sea en términos modestos y que el castellano sea la lengua predominante, común y querida. En cualquier caso, la capacidad de resistencia y renacimiento del catalán les apela. No es una cuestión de números –los catalanes somos poquitos: menos que los habitantes de Ciudad de México, que se acerca ya a los 9 millones–, sino de voluntad y modernidad. También nosotros podemos aprender del optimismo que, a pesar de las dificultades objetivas, les espolea a ellos.
En cuanto a los latinoamericanos que vienen a buscarse la vida en Cataluña, a menudo no saben que se encontrarán con una lengua que no es el español. A la hora de la verdad, no tienen necesidad de aprenderlo. Pero más allá de la pereza, la falta de curiosidad o la falta de obligatoriedad, de entrada no tienen nada en contra, ningún prejuicio nacional o ideológico. Es cuestión de aprovechar esa neutralidad emocional. En el avión de regreso, una mexicana enamorada de un catalán de Reus, muy expansiva y risueñada, nos imitaba las palabras y el acento. "¡Muy muy bien!", iba diciendo, toda divertida.
La polémica sobre la beca a un autor extranjero latinoamericano no tiene mucho sentido vista desde esta mirada al continente americano no teñida de españolidad. Está bien atraer talento literario hacia Barcelona, donde el beneficiado convivirá con nuestra realidad bilingüe. Es verdad que la beca podría abrirse a las lenguas precolombinas... También se podría hacer una con el inglés (Estados Unidos, Canadá, Australia, Reino Unido) o quizás incluso con una convocatoria abierta al resto de las lenguas del mundo.
Asimismo, es de justicia remarcar que el Ayuntamiento de Barcelona destina al año un millón y medio de euros al mundo del libro, de los que no menos del 75% van a la edición y la autoría en catalán. Esto incluye las becas Montserrat Roig en la creación (6.000 € por beneficiario: la mayoría se dan a autores en catalán), intercambios internacionales, la Semana del Libro en Catalán, las compras para las bibliotecas (el 65% de títulos adquiridos lo son en catalán), los cinco festivales literarios y también el Sant Jordi. La reciente creación de una comisionada municipal de lengua busca seguir impulsando estas políticas, aunque la prioridad será el uso social del catalán entre jóvenes, donde el retroceso es preocupante.