COP, la cumbre cuántica
La cumbre sobre el cambio climático de las Naciones Unidas, o COP, puede decirse, en cada edición, que ha sido un fracaso y un éxito al mismo tiempo. Cada año se producen pequeños avances y pequeñas conquistas contra las resistencias de los países emisores de CO2, o productores de petróleo o —como es nuestro caso— dependientes del turismo, que es una de las actividades económicas más contaminantes que existen por su alto consumo de combustibles fósiles. También se suele conseguir alguna victoria sobre los discursos negacionistas, emergentes en todo el mundo, plenamente alineados con el populismo de las ultraderechas extractivas de recursos naturales y dinero público. Sin embargo, son victorias, conquistas y avances tímidos, a veces pírricos, en comparación con los grandes puntos del Acuerdo de París sobre el cambio climático y de la Agenda 2030 que quedan pendientes, o pospuestos, o fuera de una declaración de consenso, año tras año.
Las COP tienen sentido porque mantienen vivo el debate más acuciante y transversal que tiene el mundo de nuestros días: la adaptación de nuestra civilización a una nueva realidad climática que debería condicionar cada una de las decisiones de gobierno del mundo. Pero a la vez pierden sentido, por el hecho de que siempre quedan sensiblemente por debajo de las expectativas que generan. ¿Habría que rebajar, entonces, las expectativas, que significa rebajar las exigencias de la emergencia climática? No: debería redirigirse los instrumentos de creación de riqueza hacia la protección del medio ambiente, que también es la protección de la vida humana. Aunque sea por lógica de mercado: un mundo climáticamente insostenible conlleva un mundo empobrecido a todos los niveles, en el que el capitalismo encuentra más trabas para desarrollarse satisfactoriamente.
Vistas así, las COP sirven como recordatorio de la distancia que separa lo que hacemos de lo que deberíamos estar haciendo, de la enorme procrastinación global que comporta dejar para el próximo año, cada año, las decisiones más importantes: decisiones sobre reducción y supresión de emisiones, sobre energías alternativas, sobre el umbral de los 1,5 grados de esfuerzo (esta medida, por ejemplo, alarga el calendario de su implementación hasta 2035). También nos hablan de la falta de compromiso de los dirigentes de nuestro tiempo con el futuro de los países que mandan y de las personas que habitan en ellos, un abandono y una dejadez sobre los que se escribirá en el futuro, porque algún futuro habrá, aunque sea pelaringoso. De la COP de este año (porque tenía lugar en la Amazonia, porque era la que cumplía 30 y porque se celebraban diez años del Acuerdo de París y de la Agenda 2030), se esperaban grandes resultados que tampoco han llegado. Como cada año. Nada más vacuo que los opinadores con ínfulas de futurólogos, pero hay una previsión de que parece segura: habrá prisas por hacer "algo" respecto al cambio climático cuando se produzca una gran catástrofe, y eso no significa una pérdida muy grande de vidas humanas, sino de dinero.