Crecer no es suficiente

Los últimos datos del mercado laboral han vuelto a superar expectativas y confirman una tendencia sorprendente: la economía catalana y la española mantienen el pulso en un contexto europeo de enfriamiento. En las últimas previsiones de crecimiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) el organismo internacional destacaba a la española como la única gran economía que mejora hasta un 2,5% en 2025. El Airef y elOCDESin embargo, advierten que las repercusiones de la política de Trump –y la incertidumbre que genera– pueden reducir este crecimiento, pero nunca por debajo del 2,3%.

En un contexto en el que se espera que grandes economías como la alemana y la francesa se queden en un punto muerto, la excepcionalidad de la economía española comienza a ser una constante. Y la información más reciente de nuestro mercado de trabajo indica que estas previsiones no van desencaminadas. Nos encontramos con datos récord que no se veían desde 2008, inicio de la crisis financiera que nos trajo años de despidos y trabajos precarios. Se ha creado nuevo empleo, principalmente en hostelería y ocio –que tienden a abusar de contrataciones temporales y fijas discontinuas–, pero todos los sectores crecen. Cataluña ha tenido una de las mejores campañas de Semana Santa que se acuerdan, con casi 3,9 millones de personas trabajadoras en activo. Y con un paro en mínimos históricos –pese a seguir siendo de los más altos de la Unión Europea.

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Sin embargo, este dinamismo económico, con un mercado laboral activo y con cada vez menos paro y temporalidad, contrasta con la radiografía de las condiciones de vida en Cataluña. Las tasas de pobreza, a pesar de las mejoras de la economía y el mercado laboral, siguen estancadas. Además, una de cada cuatro personas en Cataluña vive en riesgo de pobreza o exclusión social, y la pobreza infantil no deja de crecer.

Tradicionalmente, encontrar un trabajo era una de las principales vías para salir de la pobreza. Pero en el contexto actual trabajar ya no garantiza llegar a fin de mes, o tener una calidad de vida mínima.working poors", y nos muestra cómo más de la mitad de las familias que viven en pobreza siguen siendo pobres a pesar de que alguno de sus miembros encuentre trabajo.

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La pobreza laboral nos habla, por un lado, de la precariedad de los contratos temporales, de trabajos a tiempo parcial no deseados, de bajos salarios y de falta de estabilidad. Pero también de una vida cada vez más cara –se necesitan más de 1.600 euros al mes para poder vivir dignamente en Barcelona–, sobre todo por el coste de la vivienda. Pese al aumento de los salarios vivido en los últimos años, todavía quedan muy por detrás del aumento del precio de los alquileres, o de la compraventa de viviendas libres. Y esta situación afecta especialmente a ciertos colectivos, como las personas jóvenes, las que tienen una baja calificación educativa, las migrantes o las familias con hijos e hijas a cargo, que están sobrerrepresentadas en trabajos precarios.

Así pues, las mejoras salariales y laborales son reales e indican un cambio positivo del modelo productivo. Pero su traducción en bienestar es aún parcial y desigual. La capacidad adquisitiva de los salarios ha empezado a recuperarse, y una parte significativa de los nuevos puestos de trabajo son de mejor calidad. Todo indica que algo se está moviendo en la buena dirección, que hay espacio para medidas como han sido los ERTOs, el IMV o la reforma laboral. Pero, más allá de mejorar estos instrumentos, es necesaria una fiscalidad más justa, servicios públicos universales e inversiones valientes en vivienda y crianza. Porque crecer no es suficiente: es necesario repartir mejor para vivir mejor.