DANA y Trump: estamos avisados
El próximo martes es el Día Mundial de la Concienciación de los Tsunamis, instaurado el 2015 a instancias de Japón a raíz del terremoto del 26 de diciembre del 2004 en el Océano Índico, que provocó 230.000 muertos y afectó a catorce países. De esto hace veinte años, dos décadas marcadas por el aumento de los fenómenos naturales extremos.
Sí, hay días mundiales para todo y a veces nos los tomamos a broma. Pero éste llega cuando en Valencia acabamos de pasar una especie de catastrófico tsunami inverso, que en lugar de venir del agua del mar a causa de un terremoto, ha venido del agua de la tierra a causa de un cielo desatado. Ha sido una ola interior en ríos y rieras que lo ha arrasado todo. Naturaleza enfurecida. Los desastres naturales de gran intensidad hoy ya no son algo exótico que ocurre en la otra punta del planeta y que miramos por la tele cómodamente desde el sofá de casa: son una amenaza real que revienta nuestras casas y coches, nos pueden afectar a todos y cada vez llegan a un ritmo más acelerado.
Si hablamos en términos metafóricos, el martes mismo en Estados Unidos puede haber otro tsunami, en este caso político. También este tipo de amenaza la tenemos muy cerca. Si gana Trump, los efectos de la ola populista los notaremos por todas partes de forma dramática y palmaria. La alerta está sobre la mesa, es perfectamente diáfana. Esta vez estamos avisados. Estamos en manos de los electores estadounidenses: de ellos depende que las aguas de la geopolítica salgan o no de madre. Diferencias ideológicas y programáticas aparte, un abismo de sentido común separa a Trump de Harris.
La concienciación sobre los tsunamis es prima hermana de la concienciación sobre el cambio climático. Los tsunamis literales y los políticos están relacionados. El posible tsunami Trump comporta, entre otras muchas amenazas, un componente de negación de la crisis climática. De hecho, una negación de la realidad cuando ésta no se ajusta a los propios prejuicios ideológicos. Ya vimos cómo se comportó Trump, y muchos de sus lamentables imitadores (de Bolsonaro a Ayuso), con el covid, de entrada despreciándolo o minimizándolo, como si la cosa no fuera tan grave. Como ha ocurrido ahora en tierras valencianas con el temporal, muchas muertes habrían podido evitarse. Pero al principio la frivolidad trumpista hizo como si la cosa no fuera con él.
Con la DANA valenciana, el gobierno Mazón ha tenido un comportamiento trumpista, es decir, anticentífico y frívolo. No quiso atender a las alertas meteorológicas y el temporal le pasó literalmente por encima. A él y en su país. Mazón es hoy un zombi político, culpable de la indefensión y la oscuridad tétrica en la que ha dejado a sus conciudadanos. Pasará a la historia como el presidente que hizo poco o nada ante la inundación de miles de hogares, de miles de vidas. Las pérdidas humanas superan ya los dos cientos y las pérdidas materiales son inmensas. Este populismo de derechas que se agarra a la bandera de la libertad económica por encima de todo (anarcocapitalismo, dice el argentino Milei, otro negacionista climático) habrá producido un auténtico descalabro, no sólo humano, sino también económico.
La gestión del minuto a minuto del temporal fue infame. La gestión del posttemporal también está resultando caótica e ineficacia. La gente se siente desamparada. Y tienen razón. Pasan los días y en muchas localidades todavía falta agua y luz. Pueblos fantasma. La situación resulta impropia de un país del primer mundo. El gobierno popular de la Generalitat valenciana está demostrando una carencia de liderazgo y de preparación absoluta.
Lo ocurrido en la Comunidad Valenciana es una riada mortífera acompañada de una irresponsabilidad pública dramática. Un doble tsunami sobre el que es necesario tomar conciencia. El resultado: demasiadas muertes que con avisos de Protección Civil a tiempo habrían podido evitarse. Y acto seguido una lentísima, errática y amateur reacción para atender a las víctimas e intentar recuperar la normalidad. Trista, exasperante.