Ahora que ya ha salido la sentencia del caso de Dani Alves, donde se lo declara culpable de violación, creo que ya iría siendo hora de hablar de los reservados de discoteca y de las chicas que trabajan, en estas discotecas, de “reclamo”. Se llaman “chicas de imagen”. Cobran por bailar, estar, y, de este modo, hacer consumir a los hombres el doble. Ese ingenuo "las mujeres no pagan" de Justo Molinero, pero mercantilizado.
Dani Alves estaba en un reservado, pidió al camarero que le “hiciese venir” a dos chicas. Quién sabe cuántos reservados de cuántas discotecas han acogido la misma situación, una violación, sin que, después, la chica o chicas dijeran nada de nada, y no oyeran más que “ya sabías a qué venías”. Quién sabe cuántos reservados de cuántas discotecas han acogido situaciones diferentes, con sexo consentido o, si queréis, tolerado. Recuerdo una vez, hace años, que unas vedetes (no sé cómo llamarlas) que salían en Crónicas marcianas fueron grabadas en una fiesta a la que cobraban por ir. La grabación mostraba cómo les hicieron propuestas sexuales “como si eso fuera en el precio”. No recuerdo el programa en el que lo vi. Las caras de ellas, medio perplejas, medio preocupadas, medio resignadas, me hicieron morir de pena.
“Sube al reservado”, le dice el camarero a la chica de imagen. Allí en el reservado está la mágnum de la marca de champán que es, como es sabido, una declaración de intenciones. El que la hace subir es rico, famoso o ambas cosas. Un cantante, un deportista, un directivo, un influencer. Puede ocurrir que, allí en el reservado, haya sexo consentido o manoseos tolerados. Lo que me parece terrible es ese concepto, clasista, esclavista, del reservado. La chica que trabaja de bailar, si quiere, sí, sí, claro, solo si quiere, sube. No trabajéis de eso, chicas. Valéis más.