Tras doce años de cárcel bajo la feroz dictadura uruguaya, José Pepe Mujica se sintió autorizado para declarar: "Si nos ponemos a discutir sobre nuestras diferencias, podemos pasarnos toda la vida discutiendo. Si nos ponemos a trabajar sobre nuestras coincidencias, estaremos toda la vida trabajando juntos por el cambio".
No es casual que fuera él uno de los principales impulsores del Frente Amplio en su país. Un Frente Amplio que mostró que las izquierdas podían transformar la vida de la gente, con honradez, reivindicando las viejas luchas e ilusionando a las generaciones más jóvenes.
No fue diferente en la Piel de Toro. En 1936, tras corroborar la brutal reversión de derechos impulsada por unas derechas cercanas al fascismo, Cataluña y la Comunidad Valenciana decidieron crear sus propios frentes de izquierdas. El equivalente en España fue el Frente Popular, integrado también por fuerzas plurales, más moderadas o más radicales, pero todas ellas antifascistas.
Estos frentes podrían haberse conjurado ya en 1933 para cortar el paso a un gobierno cercano a Mussolini ya Hitler. No ocurrió y el error se pagó caro. Para no repetir equivocaciones del pasado, el 23 de julio de 2023 se impulsaron frentes unitarios para evitar que el PP y Vox llegaran al gobierno. El más virtuoso fue el que conformó EH Bildu en el País Vasco. También Sumar fue una herramienta electoralmente eficaz, pero nació con exclusiones que acabaron por debilitarla. Sin embargo, con el apoyo de ERC, del Bloc Nacionalista Gallec y de otras fuerzas no necesariamente de izquierdas, como Junts o el Partido Nacionalista Vasco, se logró lo que parecía imposible: investir a Pedro Sánchez y forzar al PSOE a asumir medidas que nunca habría hecho suyas sin esa presión externa.
En estos años, gracias a las fuerzas independentistas, se han aprobado mejoras sociales que han beneficiado al conjunto de las clases populares y medias del Estado. Y al revés: con el apoyo de las izquierdas estatales, se ha logrado la amnistía, el reconocimiento del catalán, del euskera y del gallego en el Congreso y otras medidas descentralizadoras.
Es evidente que ha carecido de fuerza y valentía para asumir ciertos cambios estructurales. Precisamente por eso es necesario que las izquierdas con una mirada genuinamente plurinacional y las independentistas recreen y mejoren el frontamplismo de quienes nos han precedido.
No es sencillo. Se deben tener presente, sin duda, las escalas y las realidades territoriales concretas. Pero la sola predisposición al entendimiento y el coraje en las propuestas puede entusiasmar a mucha gente que ahora mismo se mira la política con distancia.
¿Es tan difícil encontrar coincidencias programáticas en defensa de la vivienda digna que reclaman los jóvenes? ¿Es tan complicado identificar propuestas compartidas en materia de justicia social y climática, racial, de género, de respeto por la plurinacionalidad, de rechazo de guerras y genocidios lacerantes como el de Gaza?
No es sólo Gabriel Rufián quien lo piensa. Tener puentes de confianza entre las izquierdas republicanas despertaría ilusión en mucha gente que ya no cree que ningún partido por separado pueda detener a los Trumps y los Mileis de nuestro tiempo.
¿Que la concreción electoral de todo esto es difícil? Pues empezamos por lo más evidente: por encontrarnos en las calles, en los barrios, por conocernos mejor, y el resto irá llegando.
Sería necio esperar a que las derechas radicalizadas consiguieran más poder del que ya tienen para mover ficha. Como diría Pepe Mujica, cómo dirían las y nuestros antepasados republicanos, el momento es ahora. Es necesario encararlo con valentía, con creatividad y con la alegría que supone no resignarse a un futuro distópico y luchar juntos por un país y un mundo dignos de ser vividos.