La desaparición de la alternativa

Hoy me gustaría hablarles de un fenómeno que hace tiempo que se observa y que, lentamente, se ha ido colando por la puerta de atrás hasta instalarse en nuestras vidas.

No me refiero al cambio tecnológico, sino a la desaparición de la alternativa.

Hasta no hace mucho, uno podía decidir si comprar un billete de avión de una aerolínea por internet o en la ventanilla. Si pagar con tarjeta o con efectivo. Si hablar con una persona o interactuar con una máquina. La digitalización avanzaba, sí, pero sin eliminar del todo las opciones tradicionales. Existía la libertad de elegir. Hoy, en muchos, muchísimos, casos ya no es posible o, de serlo, hay que prepararse para un vía crucis.

Cargando
No hay anuncios

Cada vez más procesos sociales, cotidianos y fundamentales solo tienen una vía: la digital. Para pagar en algunos parkings hay que descargarse una app. Para entrar en ciertos espectáculos, validar un QR. No se le ocurra viajar en avión sin batería en el móvil o sin cargador. Hay plan B, pero requiere tiempo y paciencia. El que no se adapta queda fuera.

Muchas personas se habían resistido a esa dependencia del móvil y la digitalización de sus reservas, pagos o acreditaciones personales. Pero ahora ya están todos sucumbiendo.

Cargando
No hay anuncios

El problema es que los que más han tardado en adaptarse a la digitalización de la vida diaria se han encontrado con la irrupción, al mismo tiempo, de otra oleada de innovaciones. Y la verdad es que muchas de las anteriores no están del todo consolidadas.

La IA irrumpe cuando aún no habíamos digerido del todo la digitalización. Y la digitalización se afianza justo cuando desaparece el contacto humano en muchos servicios. Vamos acumulando niveles de cambio como capas geológicas, pero sin tiempo para sedimentar.

Cargando
No hay anuncios

Pero el problema no es solo práctico. Es psicológico. Porque, además de todas las cuestiones anteriores, aparecen nuevas capas de complejidad. La inteligencia artificial desemboca en plataformas cada vez más sofisticadas, cambios constantes en los sistemas y en las interfaces. Nada permanece igual durante demasiado tiempo. Y lo que hace un mes ya habías asimilado ahora exige tres pasos más, una clave nueva o una versión distinta del sistema operativo.

Esta sensación de inestabilidad permanente es agotadora. Lo que antes era una transformación ahora es un alud. Y muchas personas no consiguen seguir el ritmo. Y como no existe ya la opción de hacer las cosas como antes, el estrés tecnológico está servido.

Cargando
No hay anuncios

Personalmente, había algo que me consolaba. Que lo que yo no podía absorber… probablemente el de al lado tampoco. La velocidad humana de adaptación me tenía que dar margen. Pero últimamente este consuelo ha dejado de serlo. Porque me veo obligado a comprender aplicaciones que dudo mucho que la mayoría de la población entienda cómo funcionan.

A veces, las empresas corren demasiado…