Después de las colonias, ¿dónde vuelven?

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Empiezan colonias sociales de la Fundación Pere Tarrés

En estos últimos veranos, la Fundación Pere Tarrés y entidades vinculadas organizamos actividades de ocio educativo para 35.000 niños y niñas. En éstas, unos 6.000 niños participan becados. Según un estudio del verano de 2023, un 38% viven en una situación de pobreza extrema o grave. Para todos ellos, los días antes de irse de colonias son una locura, hay que preparar el bolso o mochila, cuesta dormir, todo es ilusión. Durante la actividad la alegría es permanente, las expectativas para el día siguiente en el casal de verano mantienen el estado de tensión. Van a la playa, van a una piscina con toboganes, al anochecer o al último día habrá una velada, se levantarán pronto para hacer una buena excursión desde la casa de colonias... Pero, como en todo, llega la conciencia de que aquella situación excepcional se termina. Y empieza a vivirse un momento que para los niños más vulnerables puede ser difícil.

A menudo oímos hablar de los problemas de vivienda en genérico, pero en lo concreto de cada niño de este colectivo más vulnerable significa volver a la habitación que comparte con toda la familia, en el piso donde está institucionalizado, a convivir con el padre maltratador o en el hogar precario donde se está con su madre, si viven separados –o después de malos tratos habituales hay una sentencia de alejamiento–. Los llantos, al volver al autocar o el último día de casal, no son sólo por el alejamiento de los compañeros y la pérdida de un marco referencial extraordinario, sino que les provoca tomar conciencia de dónde vuelven. Recuerdo con qué ilusión un adolescente de origen magrebí nos enseñaba a los sanitarios modernos de una casa de colonias, que para él eran toda una novedad. Imaginemos qué ganas de llegar a casa puede tener ese niño o niña que deberá ducharse en un lavabo que utilizan otras familias, sin agua regular, o lavarse en un barreño.

Maestros y profesores, educadores de los centros socioeducativos y servicios sociales, procuramos ser paliativos, además de referentes, para sus vidas. Trataremos de acompañarlos desde la escuela, el instituto, el centro de esparcimiento, el club deportivo y en el conjunto del día a día. Lo conseguimos con mayor o menor intensidad. Con todo, siempre debería quedar aquel espacio refugio, de recogimiento, donde esperan el rescoldo familiar, y que en su caso no tiene el marco de una vivienda digna ni, en muchos casos, el rescoldo de una familia con las necesidades básicas cubiertas, que les escucharán la experiencia vivida. Casi les llena tanto participar en unas colonias como poder explicarlas a los padres, de forma atropellada, tomándose la palabra un hermano al otro.

Las personas, y especialmente los más pequeños, necesitamos un espacio físico que sentimos como propio, en el que podamos encontrar paz en unas condiciones higiénicas y de confort mínimas. ¿Dónde vuelven muchos de los niños becados que han podido participar en las colonias? ¿Dónde acabó durmiendo aquella niña de un casal en Palma, que nos contaba cómo toda la familia no pudo descansar varias noches porque quien les alquilaba la casa les golpeaba en puertas y paredes para que se marcharan porque no podían pagar el alquiler? Ella vivía con la esperanza de que el padre ese día encontraría una nueva casa para ellos.

¿Cómo puede ser que un país que tiene la mayor longitud de Europa de trenes de alta velocidad y constructores que edifican por todo el mundo, no sea capaz de construir la vivienda de alquiler mínimo necesaria? ¿Por qué los distintos niveles de la administración y formaciones políticas no se ponen de acuerdo en liberar suelo para que en condiciones tasadas la iniciativa pública, social y mercantil construyan lo que hace falta? Aquellos que, teniendo su responsabilidad, no llegan a promover las viviendas sociales suficientes, deberían compartir el llanto de los niños y niñas que sienten tener que volver a casa por el estado del habitáculo en el que viven. Desde la experiencia personal, pero sobre todo desde la de los educadores que les acompañan cada verano, nos sentimos obligados a explicar de qué forma viven estos niños la precariedad en la vivienda. Los monitores llegan a cuestionarse la eficacia del trabajo educativo si no existe una estabilidad mínima para los más pequeños. La sociedad por lo general debe manifestar su descontento por esta lacra que no parece tan difícil de resolver.

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